Con Holanda hemos topado

en la cumbre del coronavirus no hay desenlace a la hora de escribir este comentario a mediodía del lunes. Pero si podemos elevar a definitivas algunas conclusiones de lo que habrá ocurrido o aún estará ocurriendo -esperemos que no-, al terminar el encierro de la Europa de los desiguales. De momento hemos visto una UE resistente al ejercicio de la solidaridad con los países más castigados por el coronavirus, lo cual incluye el imperativo de unos a cargar con los pecados de otros para evitar la tragedia de todos. 
Si no se entiende eso, no se cree realmente en el proyecto europeo. Es lo que late en actitudes como las del premier holandés, Mark Rutte, la estrella de la cumbre, lo cual no supone desconocer la desidia de países que, como España, aplazan sus compromisos en materia presupuestaria y en el abordaje de las reformas pendientes. Cierto. No hemos librado la batalla contra el déficit público con la firmeza prometida después de la crisis del 2008 y la deuda pública (impuesto a pagar por las nuevas generaciones) no ha dejado de aumentar desde entonces, hasta el punto de haber rebasado ya el dramático umbral de nuestro propio PIB (debemos más de lo que producimos).
Y en cuanto a las reformas pendientes, el sistema de pensiones y el mercado de trabajo siguen estando en el punto de mira del norte luterano y ahorrativo que recela del sur frívolo y derrochador, según los lugares comunes instalados en la narrativa de los países “frugales”, encabezados por Rutte.
El problema para España después de esta cumbre es que la ayuda que percibirá, sobre todo en subsidios sin retorno, será menor que la calculada en la propuesta de la Comisión (63.000 millones en créditos a devolver con intereses y 77.000 millones en pólvora de rey). La presión holandesa rebaja la cuantía del manguerazo total para los 27 (en principio era de 750.000 millones de euros) e incrementa la cuantía de las compensaciones presupuestarias a los “frugales”, pero no consigue la unanimidad en las decisiones, que equivalía a otorgar la capacidad de veto a cualquier país que no estuviera de acuerdo con la memoria económica presentada por otro para acceder a los fondos.
Detrás de todos estos tecnicismos de la negociación en la Europa de los desiguales, donde se ha debatido sobre las cuantías del Fondo de Recuperación, los criterios de distribución y las formas de acceso a este nuevo plan Marshall de creación propia, hay una realidad que nos afecta y mucho: Europa se la juega, pero España también, porque la estabilidad política y la recuperación económica de nuestro país depende de lo que finalmente salga, haya salido o vaya a salir de esta tensa cumbre europea que, a la hora de firmar este comentario, ya iba por su cuarta jornada.  

Con Holanda hemos topado

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