Es evidente: En un lateral de la arruinada Fábrica de Tabacos ya se agolpan losetas, sacos terreros y hasta bastidores de madera. Hay indicios de que se quiere dar inicio a la obra –¡magna obra!– de reconstrucción y adecuación. Por otra parte, nos parece de perlas que en su momento se intente conservar aquel embarcadero de siglos pasados. Ahora cubierto por la inmensa fábrica de la Fábrica. Y nunca mejor dicho el juego de palabras. Sentados estos principios de la buena voluntad por parte de todos, llega el jarro de agua fría, la advertencia rotunda y urgente, la muletilla aquella de que “el que avisa, no es traidor”. Me explico: en el ruinoso edificio de la Fábrica se albergan palomas como las del emblema del PP, gaviotas como zeppelines; ratas como gatos y gatos como conejos. Amén de algún que otro ocupa de cuando en vez.
Habrá que proceder de inmediato a una limpieza. Las fachadas están desmanteladas, despintadas, con los marcos de ventana arruinados. Es lógico, dado que el tiempo no pasa en balde, pero al tratarse de uno de los edificios ex señeros, que dan entrada a La Coruña por una de sus arterias más frecuentadas, es preciso ocultar tanta mierda a turistas, visitantes y hasta a los vecinos, en tanto no principien las obras y aún cuando las mismas estén en plena efervescencia, si es que llega ese momento.
¿Qué hacer? Sencillo: basta con utilizar unas mamparas de tela, similares a las que cubren la fachada del antiguo cine Avenida. Y no habrá inconveniente en que figure propaganda institucional de nuestro eficientísimo (¿?) Ayuntamiento.
Si prefieren entramados de paja a las telas, tampoco hay inconveniente. Todo, menos permitir que, en los largos meses de obra, La Coruña se avergüence, como ya pasa, de una de sus entradas más primigenias y para evitar que Pardo Bazán se revuelva de vergüenza en su tumba o le dé un “ictus” en su monumento de los jardines de Méndez Nuñez.