Iconoclastas

Se caracteriza la iconoclasia por el odio a las imágenes, el rechazo a la representación con forma humana o animal de seres mitológicos o sagrados. En principio fue un problema religioso, relacionado con los peligros de la idolatría, pero vino a degenerar en un sentimiento de aversión hacia determinadas representaciones simbólicas. En este caso se trata de algo casi irracional, difícil de explicar, pero que puede estar relacionado con el asco y la amargura de quienes se sienten frustrados por cualquier motivo y se ven impelidos a destruir aquello que tenga para otros un valor esencial.
Toda esta digresión viene a cuento de las recientes noticias relacionadas con la destrucción en Mosul de valiosas piezas escultóricas de época asiria. No es por desgracia un hecho novedoso, ya el radicalismo islámico había protagonizado algo similar en Afganistán con la destrucción de los Budas de Bamiyan. Para quienes trabajamos en el ámbito de la historia, el arte y la arqueología, este tipo de sucesos es penoso.
Más doloroso aún resultan recibir este tipo de noticias, enmarcadas en la vorágine de violencia de quienes las protagonizan. Si lamentable es la destrucción de valiosas imágenes, más lo es estar quitando vidas humanas a degüello cada día. Se trata de un odio demoniaco, capaz quemar a seres vivos y martirizar a inocentes, en una espiral de verdadera locura y, lo que es peor, como si se tratase de un mandato divino.
Con todo el escándalo, asco y profunda desazón que todo esto provoca, no deja de ser una experiencia que, por desgracia, tiende a ponerse de manifiesto con excesiva frecuencia en todas las sociedades humanas, también en la nuestra. La historia está llena de ejemplos, y no sólo en los tiempos antiguos o medievales, mucho más en la época moderna y contemporánea, en la que el furor iconoclasta, disfrazado incluso de liberalismo populista o de comunismo, ha hecho estragos, con matanzas indiscriminadas, dirigidas sobre todo a las comunidades y edificios religiosos.
Cada vez que tengo la oportunidad de ir a visitar la maravillosa Cámara Santa de Oviedo, objeto durante la revolución de Asturias del año  1934 de la ira iconoclasta, se me hace presente lo cerca que el odio y la violencia ha estado en nuestra cultura, y mi escándalo ante  el comportamiento talibán se hace un poco menos farisaico.

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