Ya desde pequeño tenía fama de extraño. De haber nacido en otro lugar, habría fundado un club exclusivo, cuyos miembros lo venerarían y escucharían boquiabiertos sus palabras. Más o menos, como en cualquier secta. Incluso podría haber sido un personaje creado por Aldous Huxley. Pero habiendo venido al mundo en la Costa da Morte a mediados de los cuarenta, las sectas eran un tema tabú y Huxley estaba ya más interesado por el misticismo indio que por los mundos felices.
El cambio de la Costa da Morte por A Coruña no supuso mayor problema para él, pero acentuó las diferencias con los otros niños de su edad. Mientras los demás leían tebeos, él estudiaba el “Marca”; cuando “echaban a pies” para elegir a los componentes de los equipos, él ya pensaba en fundar un club. Esas rarezas de la infancia sirvieron a sus hagiógrafos, que llegó a tenerlos y alguno aún le sigue siendo fiel, para describirlo como un adelantado a su tiempo y un auténtico visionario. Sus detractores, que, en cambio, cada día aumentan, son más dados a definirlo como un perturbado y un dogmático.
Otros aspectos de su trayectoria también dieron pie a que se constituyeran dos bandos. Por ejemplo, su incursión en la política; para unos, la plasmación de su vocación de servicio público y, para otros, el reflejo de su desmedida ambición de poder. Quizá no fuese ni lo uno ni lo otro, pero, desde luego, salió con más beneficios que pérdidas de esa etapa. Y en ella hasta disfrutó de coche oficial, que no es una recompensa menor dada su aversión a conducir.
Sus intereses particulares también viajaron siempre en vehículo de lujo, que en caso de un imprevisto proporciona más seguridad. Seguridad que igualmente él ha proporcionado a su familia. No se sabe muy bien de dónde procede ese gen siciliano tan acusado, pero posiblemente su origen esté en el espíritu aventurero de los naturales de la Costa da Morte. No sería raro que un antepasado suyo hubiese regresado de una travesía con una esposa nacida en Palermo o con un hijo fruto de una relación con otra palermitana que se hubiese negado a cambiar el cálido Mediterráneo por el inhóspito fin del mundo.
Sin embargo, sobre este particular, como sobre otros muchos relativos a su vida y a sus negocios, no hay un solo resquicio por el que se cuele la claridad.