El teletrabajo que viene

La pandemia modificó costumbres y obligó a ensayar nuevas formas de vivir, de relacionarnos y de trabajar hasta ahora desconocidas o poco exploradas. 

Una de ellas es el teletrabajo. Según el reciente informe “Impacto Económico de la covid-19 sobre la Empresa” el 70 por cien adoptó el teletrabajo en los meses de confinamiento. En torno al 35 por cien de su personal trabajó desde casa y, de vuelta a la normalidad, el 41 por cien de esas empresas cree que seguirá utilizándolo en el futuro. 

No se puede afirmar que esta modalidad laboral vaya a sustituir a corto plazo el trabajo presencial, pero fue probado con éxito y ha venido para quedarse en muchas empresas porque, entre otras ventajas, les ahorra costes de estructura y gastos generales y facilita la conciliación al trabajador

Por eso, como todo cambio, debe ser regulado para evitar inconvenientes, como los efectos negativos en la productividad, y garantizar a los empleados que trabajan “a distancia” los mismos derechos que los que prestan sus servicios en la sede de la compañía. En esa regulación andan la ministra de Trabajo y los agentes sociales.

Estamos ante una buena conquista para trabajadores y empresas. Pero el teletrabajo también representa la muerte del modelo de trabajo presencial “de toda la vida” que tenía sus atractivos y ventajas, como la red de relaciones e interacción directa entre los empleados. 

Hace unos años, se emitió en TV “Cámera Café”, una ficción que los actores escenificaban en sketches en el cuartucho de la máquina de café de una empresa. Aquellos “empleados” eran como un trasunto de los trabajadores de miles de compañías que se reunían a la hora del café o del bocadillo y compartían opiniones y complicidades, se reían de las ocurrencias de unos, de las salidas de tono de otros, discrepaban y coincidían y hasta había requiebros cruzados antes de que el feminismo los persiguiera. 

Comentarios jocosos, chascarrillos, cotilleos… eran la prueba de un ambiente relajado, de relaciones respetuosas y cordiales que reafirmaban el sentido de pertenencia a la empresa y la sensación de que todos, como grupo, contribuían a su proceso productivo. 

Eso se acaba. Con el teletrabajo las relaciones serán telemáticas, más frías y despersonalizadas, y las personas tan solo se verán las caras a través de las pantallas. Desaparecen sentimientos y afectos y el único vínculo entre los empleados y la empresa será el contrato de trabajo. Es un triunfo del progreso que hay que celebrar. 

Pero los que pertenecemos a la cultura del trabajo presencial también tenemos derecho a un baño de nostalgia viendo como aquel modelo laboral centenario, que tenía tantos encantos, desaparece. 

El teletrabajo que viene

Te puede interesar