La activista Greta

uchos han sido los colapsos planetarios anunciados que luego han quedado en nada. En clave moderna, tal vez el más recordado sea el que formuló el pastor anglicano y demógrafo británico Thomas Malthus, quien en su célebre “Ensayo sobre el principio de la población” (1798) muestra un notable pesimismo sobre la capacidad de proveer alimentos y otros suministros básicos a una Humanidad creciente. 
Creía que el deterioro ambiental sería tan fuerte que terminaría derivando en hambrunas terribles. El tiempo, sin embargo, ha demostrado la falsedad de sus previsiones. La población ha crecido, sí, exponencialmente, pero al tiempo la producción de alimentos se ha multiplicado, las escaseces generalizadas de comida se han reducido  y la tasa mundial de pobreza ha caído de forma pronunciada. 
No hace ya tantos años algún científico pronosticó que la polución del aire podía acabar con el sol y provocar una nueva edad del hielo. Otros anunciaron la muerte de los océanos en menos de una década, la desaparición de los bosques de Norteamérica por mor de la lluvia ácida y hasta la sumersión en el Índico dentro de unos meses de las islas Maldivas. En buena parte de estos negros presagios la propia ciencia ha demostrado que el problema era resoluble, que su alcance resultaba más restringido de lo que se había pronosticado y que, en todo caso, la mano del hombre podía ponerle coto con investigación e inversiones al respecto.  
En estos nuestros días la joven activista sueca Greta Thunberg se ha convertido en el referente del alarmismo climático y del calentamiento global. Cuentan algunos biógrafos que se trata de una adolescente con graves problemas psicológicos. Ella misma culpa a los políticos de haberle robado sus sueños y su infancia. 
Pero ahí está a sus 16 años, movilizando masas, aunque también sospechosamente ejerciendo como la marioneta oficial del lobby ecologista y de la propia industria verde.  De otra manera, por ella misma no se entendería la atención social y mediática que ha acaparado y no sólo en el ámbito juvenil. 
Cierto es que los países más importantes y contaminantes siguen arrastrando los pies a la hora de aceptar compromisos serios y que sólo setenta de los casi doscientos que suscribieron los Acuerdos de París para luchar contra el cambio climático se han comprometido a revisar al alza sus planes de reducción de emisiones. Y entre ellos no están los tres principales emisores: China, Estados Unidos e India, que, junto a la Unión Europea, son responsables del 60 por ciento de los gases que se emiten a la atmósfera.
Pero con sus lloros, gimoteos y alarmismos varios, tanto en Davos como en la reciente cumbre del clima en la ONU la adolescente activista  Greta  ha puesto de manifiesto su deriva hacia posiciones más emocionales que racionales. Las primeras restan credibilidad, aunque resultan eficaces para movilizar masas. Pero no para solucionar problemas.  

La activista Greta

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