Cuando despertemos, el dinosaurio seguirá ahí

De pronto, nos han cambiado la vida. Nos cierran los colegios de nuestros hijos, se nos sobrevalora a los abuelos, se impone el teletrabajo, nada de viajar en avión ni en tren, quién sabe si se mantendrán las fallas, las procesiones de Semana Santa y los Juegos Olímpicos, las bolsas se pegan el batacazo, las patronales se alarman. Escribo desde Portugal, cuyo presidente está en cuarentena. Y recibo decenas de mensajes, avisándome de que Fulano ha contraído el síndrome y Mengano, con quien almorzaste la pasada semana, está en observación. Quizá suspenda un viaje previsto a París para ver a mi hija, a punto de dar a luz. Todos los planes se me están yendo al traste.
Claro que todo esto pasará. Nos dejará a todos un poco más pobres, puede que con más experiencia sobre lo relativo que es todo aquello a lo que considerábamos más importante. Haremos veredictos sobre el comportamiento de nuestras autoridades y representantes; la oposición dirá que no se ha actuado a tiempo y los gobiernos asegurarán que está todo controlado.
Lo de siempre. Ocurrió con las vacas locas, con la gripe aviar, con el ébola y, antes, con la viruela y la gripe. O con el sida. Los avances científicos han ido encontrando remedios. Lo que pasa es que jamás la pandemia tuvo tantas características de tal ni se aisló a millones de personas, se hizo tal acopio de víveres; nunca hubo tal conciencia de que, esta vez sí que sí, nuestras vidas tienen que experimentar un giro, de que quizá no es tan necesario plantarse en la oficina de ocho a tres soportando una hora de atasco en el coche.
Pero pasará. Y entonces palparemos que, como en el cuento más corto de la Historia, el de Monterroso, el dinosaurio sigue ahí, exigiendo su tributo: que si la mesa de negociación en Cataluña; o la recomposición de nuestros partidos, desde la derecha radical hasta la llamada extrema izquierda, pasando, cómo no, por el centro; la revitalización de nuestras instituciones y de nuestras leyes; la reforma de las administraciones; este país injusto que sigue reclamando pactos contra la exclusión social, por una educación integradora, por un reparto territorial más coherente. Ese conjunto de factores, en suma, que conforman el gran dinosaurio y que, de momento, están ensombrecidos por el gigantesco diplodocus de un minúsculo virus.
Lo que quiero decir es que hemos de prepararnos no solamente para combatir, a base de modificar nuestra cotidianidad, a ese ‘bichito’, según la desafortunada expresión de uno que fue ministro de Sanidad ante una crisis atroz, la del aceite adulterado; al bicho ese lo venceremos, sin duda, y más bien pronto que tarde. A quien hay que desalojar de nuestras peores pesadillas es al dinosaurio, que no es un sueño, sino que estará ahí, ya digo (o dice Monterroso) cuando despertemos. Y no sé si los jefes de nuestros ejércitos políticos están preparados para combatir al tiempo a virus y a dragones. Creo que no. 

Cuando despertemos, el dinosaurio seguirá ahí

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