Iglesias, en plan bueniño

Conocido es que en sus relaciones con el partido a Felipe González le gusta ser prudente para no cargar más de lo debido. Pero como suele ocurrir en los momentos críticos, el ex presidente sale de su ostracismo público para echar una mano. Lo hizo días atrás en unas declaraciones a un think tank europeo. 

En ellas apoyó muy en plan general las medidas tomadas por el Gobierno de Pedro Sánchez bajo el decretado estado de alarma y criticó sin paliativos la política de comunicación. De las primeras dijo que estaban  funcionando “razonablemente” y de la segunda, que era “desconcertante”.

El problema es que con tanta falta  de previsión en tantos frentes; con tanta tardanza en la reaccionar; con tanta rectificación de normas casi a punto seguido de su primera publicación oficial; con tanta descoordinación y, sobre todo, con tanta falta de liderazgo en la cúspide de Moncloa, resulta difícil por no decir imposible practicar política eficaz alguna de comunicación. Hay descontroles que no los levanta  ni el más experto de los especialistas.

Cada vez que nos ha anunciado algo, un escalofrío ha recorrido la espina dorsal de nuestra economía y de nuestras vidas. El propio Sánchez venía presumiendo de voluntad de diálogo con los agentes sociales  y de acercamiento a las Administraciones regionales, pero la unilateralidad con que ha funcionado le ha dejado sin apoyos. 

Lo que sí han logrado es poner una cierta sordina  a la división y tensión existentes en el seno del Gobierno de coalición, con dos sectores claramente definidos. Por una parte, el encabezado por Podemos, que hasta ahora ha venido contando con el apoyo final del presidente y dejando  la impronta de sus prejuicios ideológicos. Por otra, el liderado por la más ortodoxa en materia económica, cual es Nadia Calviño.
    

En el Consejo de ministros del martes unos y otros hicieron las paces. O al menos así lo pretendieron aparentar con unos acuerdos fifty/fifty, esto es, la mitad para cada bando. Por aquello de que en buena parte se trataba de medidas sociales, el protagonismo inicial de la rueda de prensa le correspondió a Pablo Iglesias.

    Y apareció el Iglesias bueniño, modoso en las formas, apelando a la Constitución y hasta a la Patria, saludando en los idiomas autonómicos y pidiendo perdón –lágrimas de cocodrilo- por los eventuales fallos cometidos. El lobo con piel de cordero. Una actitud que le es manifiestamente rentable.  Pero, al fin y al cabo, marketing para ocultar el caos.

    Lo grave es que las posiciones de Iglesias no suponen nada nuevo. Forman parte de su conocida ideología de izquierda radical, de sus pretensiones estatalizantes e intervencionistas, que son las que con la coartada de la pandemia está intentando imponer ya. Y las que cuando la emergencia termine,  pretenderá  seguir manteniendo. Si es que, claro, antes no lo han echado del Gobierno. A él y a Sánchez.

Iglesias, en plan bueniño

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