No saber lo que pasa

Se dice que lo peor que pueda pasar es no saber lo que pasa. Esto significa que si no conocemos o no acertamos en el diagnóstico de lo que pasa, difícilmente se le podrá aplicar un pronóstico o tratamiento adecuado. Sabido es que la realidad social no depende de nuestros deseos ni tiene por qué corresponderse con la situación individual de cada persona.
Lo social trasciende la perspectiva de lo individual y sólo el bienestar de la sociedad en su conjunto sirve para definir la situación real de la población.
Lo peor que le puede ocurrir a un político es, tanto desconocer lo que pasa como pensar que pasa lo que a nosotros nos pasa. Si nuestra situación personal sirve de referencia social incurrimos en el más puro subjetivismo, defendiendo una visión parcial, interesada y errónea del cuerpo social, al confundir la parte con el todo, es decir considerar a éste, como una mera prolongación de aquél.
Pensar que a lo que uno le pasa es lo que pasa equivale a arrimar el ascua a su sardina o pensar, como se dice en La Celestina, que “cada una habla de la feria, según le va en ella”.Todo lo anterior equivale al árbol que no deja ver el bosque, por lo que el político, para ser objetivo y cumplir con su deber de servir al bien común, tiene que colocarse en la situación de los demás. Servir a los demás es ponerse en su lugar y no proyectar su situación personal como si se correspondiese con el común de la población.
En resumen, sólo se sabe lo que realmente pasa cuando sabemos lo que les pasa y cómo lo pasan los demás. Es a través de las necesidades sociales y de su satisfacción, como se revela y acredita la verdadera situación, favorable o adversa, del cuerpo social.
Ser objetivo exige abdicar del interés personal y de su proyección sobre el resto de la sociedad. “Todas las acciones de los que gobiernan deben parecer al pueblo que se realizan sólo buscando el interés y el bien público”, según un viejo consejo que Plutarco dirige a los gobernantes.
El político no puede escudarse en desconocer lo que pasa o pensar que lo que pasa se corresponde con su situación y deseos. En esa situación pierde toda nota o vestigio de identidad, se desconecta de las necesidades sociales y populares y vive en la permanente angustia de buscar el norte perdido para el acierto de sus decisiones.
Como colofón, podemos afirmar que el mayor defecto del político y su mayor ofensa al bienestar social consiste en refugiarse en algo parecido a “ande yo caliente y ríase la gente” como gráficamente se expresa en un texto de Góngora. Ese sería el grado máximo de desconexión popular de un político, que debe, como dice Plutarco, elegir la política no por un impulso repentino ni por tener otras ocupaciones o por afán de lucro, sino por convicción y como resultado de una reflexión sin buscar la propia reputación, sino el bien de los demás. 
 

No saber lo que pasa

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