Luna, lunera...

En un artículo reciente  Félix Madero recuerda una frase de Fidel Castro, dicha en 1960 a Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir: “Si los cubanos me piden la luna es que la necesitan, y habrá que dársela”. ¿Existe fragancia más torticera de la verdad política? Porque en mis clases de primaria cantaba que al claro de luna mi amigo Pierrot me prestaba su pluma para escribir un poco. 
También mis hijos dieron en la manía de pedirlo todo, pues así existía la posibilidad de conseguir algo. Incluso en cuarto creciente, ventana de un piso noveno, lancé un lazo de vaquero al cuerno del satélite y estuve a punto de alcanzarlo... 
Crecemos ensordecidos por las propagandas y estamos dispuestos a aceptar nuestra hora veinticinco. Somos generaciones de autómatas con la justicia transformada en siniestra caricatura, el paro aumenta, el estado de bienestar se reduce a cenizas y millones de inocentes no tienen lugar para reposar la cabeza mientras la corrupción corre como peste inextinguible.
El absurdo y la duda nos dominan. Necesitamos un tsunami ético que se lleve por delante tanto trepa sinvergüenza e insolidario. A lo peor es un cambio climático como las peligrosas olas y mareas que castigan estos días nuestros arenales. 
Acaso el hombre lobo que sale con luna llena para cometer asesinatos. O también el romántico claro de luna para inspirar música sublime o la enamorada que atrae al amado vistiendo sus mejores trapos.
Sin embargo, las previsiones del dictador caribeño se han quedado en agua de borrajas y cartillas de racionamiento. Trabajo para ser claro y me hago oscuro. 
Albert Camus nos llama a la puerta y nos llena de esperanza. “No puedo comprender más que en términos humanos. Lo que toco, lo que me resiste, he ahí lo que comprendo”, razonará en el mito de Sísifo. Un personaje de “Calígula” da la solución: “Hacer sufrir es la única manera de equivocarse”.

Luna, lunera...

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