El populismo se alimenta de la calle

El populismo no nace en el ámbito académico ni en ningún foro de discusión o debate. El populismo nace con las movilizaciones callejeras o de masas, para canalizar el descontento e indignación de importantes sectores de la población, perjudicados por la crisis económica o por la falta de sensibilidad social de sus gobernantes o representantes políticos. Por eso, uno de sus gritos preferidos, dirigido a la clase política, es el de que “no nos representan”.
Este descontento social, expresado masivamente en la calle, es el que ha servido al populismo para acceder a las instituciones representativas y parlamentarias del Estado.
Pero, paradójicamente, ese éxito se ha ido convirtiendo, progresivamente, en su debilidad y deterioro. Y la razón es muy sencilla: el populismo nace y necesita de la calle para mantener viva la tensión social que le sostiene y ayuda a triunfar.
Por eso, los populismos son contrarios o reticentes a la crítica y al trabajo parlamentario. Su elemento natural es la calle, el mitin y la agitación popular.
A los líderes populistas les va mejor la arenga que el debate parlamentario. Son más propensos a las protestas que a las propuestas. Su “falta de cintura parlamentaria” y su exceso de agitación multitudinaria, les hace pagar el descenso que vienen acusando en su intención de voto.
Precisamente, Podemos, el partido de Pablo Iglesias, que polarizó el descontento de miles de ciudadanos y su indignación por los fallos del sistema político e institucional, ha venido sufriendo un paulatino desgaste y descenso por su manifiesta falta de ubicación ideológica y política en los escaños del Congreso donde no se siente a gusto. Añora la calle y la adhesión popular. Eso explica su caída en la última encuesta del CISS.
Cuando del terreno asambleario y de movilización callejera, pasa al debate parlamentario de ideas, proyectos y estudios de ponencias, tanto en el pleno como en las comisiones, el espíritu revolucionario de los populistas se muestra incómodo. No soporta ni se adapta a la vida institucional y al trabajo parlamentario.
Acostumbrados al aplauso fácil de sus incondicionales, no soportan las críticas, debates, o interpelaciones, con sus dúplicas, réplicas y contrarréplicas, tanto en el Congreso como en el Senado.
Lo anterior obedece también a su falta de proyecto político, definido y concreto, lo que provoca su falta de coherencia interna, pues, por un lado, defiende el derecho a decidir; por otro, rechaza la declaración unilateral de independencia pero defiende un referéndum pactado. Tampoco es unánime su criterio sobre España, como Estado federal o como nación de naciones y, sobre todo, la crítica que recibe de su propio partido por “no hablar más a España y a los españoles y sí a los independentistas”.
En resumen, el populismo, igual que el fuego, si no se avivan sus llamas, se extingue y apaga.

El populismo se alimenta de la calle

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