Gordo anémico

Y a no hay magia en la Lotería. Cuando servidor no tenía más pelo que el de la cabeza, el 22 de diciembre era día grande.

No costaba madrugar. Cuando la radio escupía el primer claqueteo de las bolas girando, la casa olía a Cola Cao y ya nos habíamos tragado toda la ceremonia de las tolvas, las liras, el señor del bigote con cara de mala uva...

Solo había una tele y en blanco y negro. Los niños de San Ildefonso vestían chaqueta cruzada y pajarita. El locutor se ceñía a contar lo que pasaba, y no había interminables sofás con mozas de eternos tacones, ni conexiones en directo con Palanquilla del Juanete, “donde se vive con inusitada emoción todo lo que rodea al sorteo”. Las pesetas eran más musicales que los euros.

Sobre la mesita del salón desplegábamos la cola de pavo real de décimos y papeletas. Nuca faltaba el número de La Favorita, las participaciones del economato de la Policía, y las de la mercería “Geli”, donde “todos los años cae algo”, insistía la tía Francisca.

Nuca tocaba. En eso la cosa sigue igual. Pero a esos tipos absolutamente odiosos a los que la fortuna les arreglaba la vida los veíamos dos horas después pegando gritos como energúmenos y jarreando cava barato a cualquiera que se acercase.

Y luego venía el ritual de las pedreas. En las redacciones de los periódicos se trabajaba contrarreloj –más de lo habitual– para sacar la edición cuanto antes. Había quien bajaba a Cuatro Caminos a comprarlo calentito para comprobar sus números.

Todo eso se lo han cargado. Los chavales de hoy duermen hasta tarde porque han trasnochado para ver Gandía Shore o para irse de botellón. Las trasmisiones televisivas se han convertido en una suerte de patio de vecinas en el que el mérito se lo lleva el friki de mayor calibre. La puesta en escena es cutre y los niños tienen voz de cazalla.

Los ordenadores han acabado de cagarla. La venta por terminal desarraiga de tal modo el encanto que hasta se dan casos de administradores que venden parte del Gordo y no se enteran. Saber si te ha tocado es solo cuestión de teclear el numero de turno y la sábana del diario no es más que una tradición carente de sentido. Emoción cero.

Y ya puestos a ciscarse en el glamour, el año que viene Hacienda se va a llevar el veinte por ciento. Lo dicho: lo importante es tener salud... Por el repago y la privatización.

Gordo anémico

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