El Quijote gallego

Hay espíritus selectos que importa rescatar del olvido. Me refiero a Francisco Vales Villamarín (1891-1982) y su esfuerzo titánico por traducir al gallego la obra de Cervantes “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”. El ilustre betanceiro lo intentó hasta la extenuación como irónico castigo del trabajo inútil, conforme cuenta el mito de Sísifo condenado a subir una gran piedra a la cima de la montaña para rodar otra vez al llano. Cuando Vales Villamarín empieza a intentarlo nuestro idioma no es uniforme y abundan los modismos y excepciones lingüísticas. Tampoco existía unanimidad en las interpretaciones de varios académicos y su primer diccionario “galego-castelán”, publicado en 1913, discordaba del de Leandro Carré Alvarellos aparecido en 1928.
Varias editoriales rivalizan por firmar el contrato de traducción. Incluso le suministran ejemplares en distintos idiomas. Pero la honestidad erudita de Vales Villamarín le impide aceptar un trabajo que duda si será capaz de terminar. “Cuando en El Quijote –alega– aparece la palabra ‘madre’, yo utilizo para designarla ‘nai’, según se dice en nuestra comarca de Las Mariñas; no obstante, en la zona de las Rías Bajas, se dice ‘mai’. ¿Cuál de ambas formas debo suscribir como buena?”. Y es que la obra del genial novelista desborda cualquier asombro. Dominio portentoso del castellano. Maneja 12.372 palabras distintas frente al bagaje de un hombre que hoy reconocemos como culto y solo utiliza 5.000 voces.
“El modismo regional manchego –justifica nuestro autor su renuncia– está impregnado de una gran cantidad de locuciones…” “…vitalidad lingüística muy difícil de plasmar y adaptar a un ambiente de diferente percepción y mentalidad en un paisaje tan cerrado como en Galicia”. Parece oportuno destacar que dedicó la segunda parte a don Pedro Fernández de Castro, séptimo conde de Lemos.

El Quijote gallego

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