LOS PALMEROS DE RAJOY

Lo dijo con muchos tino y total educación nuestro diario “El Ideal Gallego” en su sección “Aturuxos”: “Rajoy subió a pie al mirador de Lobeira… La empinada cuesta hizo sudar al alcalde coruñés, Negreira, necesitado de una tabla de gimnasia para reducir su abdomen” no se puede ser más elegante. En efecto el alcalde de La Coruña lleva camino –si sigue por la senda del condumio y los banquetes– de no caber en el chaqué el día de la Virgen del Rosario, esa antes festividad que él borró del mapa de forma irresponsable e insolvente. Claro que el del alcalde no es el único anacronismo que se da en el gobierno municipal. Hace unos días, sin ir más lejos, el aún brazo derecho de Negreira, Julio Flores, dio una especie de rueda de prensa en el Coliseo y encima de la cabeza del señor Flores colgaban otras dos ídem (léase también cabezas, hermosísimas) de toro, con lo que el espectáculo era fulgurante, denotativo y singular. Un colega periodista allí presente acertó a decir: “sin comentarios”. Nosotros añadimos “amén”.
Pero volviendo a la reunión de palmeros en el monte Lobeira, cabe destacar las palabras de Alberto Núñez Feijóo, palmero mayor del Reino, pelotillero máximo de los populares y turista reciente en Cuba y Japón.  
Dijo el “coitado”, en un alarde de melosidad, pelotilla  suma y ridículo inigualable, al referirse a Rajoy: “Si hay un gallego que merece ser embajador vitalicio del Camino de Santiago ese sería Mariano Rajoy. Nos gustaría (¿A quién o a quienes, Albertiño?) que asumieses esta responsabilidad (¡!) cuando lo consideres oportuno, pero mejor durante tu mandato” (sic).
Y no se le cayó la cara de vergüenza. Y es que yo alucino. Es imposible dar más jabón gratuito en menos palabras. Rajoy –cauto y comprendiendo el ridículo desencadenado- dijo que se lo pensaría. Recomendamos al bueno de Alberto que raudo y veloz se organice otro viaje de placer, a poder ser, esta vez, a las islas Hawái. Para que se despeje y deje de caer en el ridículo.
Total, paga Juan Pueblo. O sea, todos los gallegos. Qué vergüenza, santo cielo.

LOS PALMEROS DE RAJOY

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