No quiero violentos en las calles. Manifiesto mi total repulsa a los que se aprovechan del amparo de una masa civilizada para desatar sus instintos destructores. Me espantan las imágenes de caras cubiertas con pañuelos y manos que lanzan piedras contra escaparates y queman contenedores. Lo mismo en la celebración de la Copa del Rey que en una protesta de alumnos de instituto. Esa gente me sobra. Si no sabe vivir en sociedad habrá que apartarla de ella.
Supongo que el ministro de Interior pensó en ellos cuando ideó la reforma del Código Penal que pretende sacar adelante. Penas de dos años para aquellos que convoquen manifestaciones violentas y algaradas a través, por ejemplo, de internet. La duración de la condena, como no podía ser menos con unos gobernantes que saben muy bien lo que hacen -lo decía el otro día el propio jefe del Ejecutivo- evita la posibilidad de remisión condicional. Esto es, aunque no tengas antecedentes, al no ser la pena inferior a dos años, nadie te libra de conocer desde dentro la realidad del sistema penitenciario.
Imagino que habrá algún descerebrado que tenga a bien llamar a sus conocidos vía Facebook a una excursión con ladrillo con recorrido por las marquesinas de la ciudad. Que acabe pasando un tiempo tras los barrotes no me quita el sueño. Lo que me preocupa es que las autoridades sepan diferenciar sin ningún género de duda las convocatorias violentas de las que no lo son pero acaban sufriendo las interferencias de los tipos de los pañuelos y las piedras. Eso y su definición de algarada. El diccionario habla de un alboroto ruidoso producido por una multitud. Cualquier manifestación se ajusta al término. Incluidas las que el propio Gobierno convocó en su día contra el terrorismo. Entramos en terreno delicado. De luchar contra las “guerrillas urbanas” a atacar un derecho constitucional hay un trecho.
Y parece que van por ahí los tiros. Dice el ministro que con el nuevo texto la resistencia pasiva será considerada delito de atentado a la autoridad. Sentarse en el suelo con las palmas en alto -estas son nuestras armas- será igual que golpear a un agente. Media España se convertirá en delincuente. O desistirá de protestar. Como apuntaba un amigo, el uniforme de la Policía está tomando un tono gris alarmante.
Resulta curioso que se pretenda luchar contra la “espiral de violencia” prohibiendo precisamente las formas de protesta no violentas. Si Gandhi viviese aquí acabaría en la cárcel.