La manivela del proyector coruñés –junto a motivos actuales– rebobina tiempos idos. O, si ustedes prefieren, la estampa bucólica de lavanderas y piñeras cabalgando sus burritos calles y plazas a principios del siglo XX. Así debemos entender, vía Shakespeare, que el pasado es un prólogo con respecto al ambidiestro calendario municipal 2014. Alforjas paralelas. Pasado y presente. Viaje en el tiempo recostándonos en el espacio físico donde se ha desarrollado. Por ejemplo, frente al cava espumoso del Orzán derramando burbujas turbulentas y letales, la serenidad apacible y hermosa de una ciudad y sus mares de esquina.
No corresponde ahora enumerar datos tipográficos, maquetación, fotografías y autores. Vamos más lejos como eslabones entre lo que fue y será. Ven urbe hechicera que no logre adivinarte porque cualquier hipótesis será ilógica ante tu deliciosa realidad. Pero lo que importa son nuestras sensaciones y espíritu receptivo. Y yo contemplo a La Coruña como eterno regreso a la niñez. Cuando con carros artesanos disputábamos carreras de fórmula uno, se construía el estadio de Riazor y con simple pelota de trapo de confección casera emulábamos a los Chacho, Pedrito, Acuña, Breijo, Chao….Elucubración particular de mi larga noche de piedra donde todo me había sido negado. Tal infancia equivale también a la patria reconocida por el poeta checo Rainer María Rilke.
La publicación incurre en lapsus -¿linguae, calami? – al olvidar el impresionante puerto exterior Punta Langosteira. Encrucijada clave de la rosa de los vientos mundial orientadora de todas las autopistas marítimas. Sabe compensarlo, sin embargo, con el erotismo de la ría herculina que ofrece su turgente cuerpo de odalisca cordial y azul a los mastodónticos cruceros que la visitan asiduamente.
¿Algún Ulises puede resistir la llamada de esta sirena?