G. PORTO Y J. SANJURJO

La galería Xerión ofrece una muestra antológica de Gerardo Porto (A Coruña, 1925- 2010) y  esculturas de Julio Sanjurjo (A Coruña, 1958), artistas que, aunque disímiles en su quehacer, llevan el sello del origen. En el caso de Sanjurjo, es esto perceptible en las formas curvas y laberínticas de sus esculturas de bronce y aluminio que, por tratarse de perfiles de cabezas ensambladas y reducidas a un esquema de rostro, traen reminiscencias de las bifaces y cuatrifaces de la cultura celta, amén de evocar las insculturas petroglíficas, entroncándose también con el hieratismo y las formas simbólicas del románico.
No obstante, están construidas de un modo original: van ensambladas de cuatro en cuatro, trazando sinuosidades de onda, volviéndose sobre sí mismas en espiral o abriéndose en ese, como la que titula “Somos ese”, donde juega con el doble sentido del pronombre deíctico y la figura de la letra S, para sugerir la idea de ese alter ego que nos espera en los recovecos del camino. Consigue plenamente un armonioso y rítmico movimiento ondular, que es resaltado por el contraste entre las pátinas negras y opacas de las paredes verticales y el brillo broncíneo o plateado de los cortes horizontales que serpean.
En cuanto a la obra de G. Porto, se desliza por ella una nostalgia crepuscular, ahora quizá intensificada a causa de su ausencia. Hay una romántica melancolía de luces oscuras, que debe mucho a Delacroix y un desdibujamiento y fluir de la mancha, que tiene ecos de Turner. Estamos, en todo caso, ante la sensibilidad atlántica y el gusto por lo liminal, misterioso e indecible que es tan característico del alma galaica; todo ello, en su caso, acentuado por su estancia en Holanda, país cuyas luces y clima tanto se parecen a los de A Coruña.
La mirada vaga por estos paisajes encantados, como los del valle de Barcia y por estos mares de lejanías, sobre todo aquellos de atmósferas nocturnas, donde se insinúan soledades. Se sirve, para conseguir estos efectos, de las aguadas de acuarela o de témperas diluidas, creando esfumatos y evanescencias nubosas que se disipan hacia nunca. Notable ejemplo es su cuadro de Alvedro, cuyo protagonista es el inmenso cielo nublado por espesos celajes grises, que se cierne desde una altura de vértigo sobre la minúscula mancha negra de la pista de aterrizaje, que apenas se vislumbra esquinada y fosca.
Aunque ha tratado mucho la figura, es en esta poética del espacio donde pone sus mejores acentos; como ocurre con “Jugador de billar” que, afanándose sobre el verde mar del tapete, más bien parece nadador de lo imposible; pero es, sobre todo, en “Estudio desmantelado” donde el espacio vacío se llena de fantasmagóricas saudades.

G. PORTO Y J. SANJURJO

Te puede interesar