Millán Astray

Nadie es profeta en su pueblo. Ni héroe. Por cosido y recosido que esté el cuerpo ofrenado a la Patria. Hay muchos Judas que aprovechan esa ley de Memez Histérica para intentar borrar la derrota sufrida en la última guerra incivil padecida por España. Y es que son como niños. 
Cierran los ojos y creen así que nadie los ve. Pero los hechos bélicos están ahí y la fundación del tercio extranjero figura en todas las enciclopedias militares. Pese a que unos cuantos se creen iluminados por Dios en el Sinaí –el rayo le precede, el trueno lo acompaña– olvidando al Cristo ajusticiado en la cruz o su advertencia a quienes querían lapidar a la mujer sorprendida en adulterio: “Que tira la primera piedra el que esté exento de culpa”.
En nuestro convecino Millán Astray se repite el incidente narrado por Carlos Fuentes en “Gringo Viejo”. Ser “afusilado” por segunda vez por las tropas de Pancho Villa después de muerto. Sufrir también la ceguera de Edipo recorriendo Grecia. Luces de ocaso de los dioses en el itinerario de su derrota final o ser designado por las valquirias escandinavas para morir en combate con cósmica música de Wagner.
Viva la muerte como premio al asalto de barricadas enemigas. Ser novio de ella-herido con zarpa de fiera, renovando aquellos tercios españoles que escribieron mil hazañas en el mundo defendiendo la Justicia por oposición a la Madre Coraje que hizo de la guerra un medio de vida. Cierto que un segundo basta para hacer un héroe y toda la existencia para construir un hombre con mayúscula. Pero triste bagaje para los convecinos que sueltan vitriolo de odio contra él y lo castigan cuando no puede defenderse. Cuando nuestro evocación nos hace poner en sus labios atormentados las palabras de Churruca a un amigo el partir a Trafalgar: “Si tu oyes decir que mi navío es prisionero, cree firmemente que yo he muerto”.

Millán Astray

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