Iglesias, el pacificador

cunde la sensación de que, esta vez sí, los dos debates televisados han podido influir sensiblemente en las intenciones del votante. Para bien, si los telespectadores llegaron a implicarse en los temas que realmente les preocupan y que no dejaron de tratarse en los cruces (violencia de género, sanidad, impuestos, empleo, conflicto catalán, etc). O para mal, si entienden que ninguno de los cuatro aspirantes merece figurar en un manual de “vidas ejemplares”.
Si dejo ese margen para ponernos en lo peor es porque los dos debates, sobre todo el segundo, se asemejaron mucho a una pista de coches de choque en medio de descalificaciones, juego sucio, reacciones infantiles, demagogia y simplezas argumentales. “Sánchez les va a meter la mano en el bolsillo” (Rivera), “Usted es una muñeca rusa que lleva dentro a los separatistas” (Casado a Sánchez, “Es usted un maleducado” (Iglesias a Rivera), “Es usted un mentiroso” (Sánchez a Casado), “Señor Sánchez, no sea usted mezquino” (Rivera al presidente del Gobierno). Y en medio de la bronca se alzó la voz del líder de Unidas Podemos, Iglesias Turrión: “Estoy pasando vergüenza por el espectáculo que estamos dando”.
Quién nos iba a decir que aquel prepotente caudillo de indignados que le dictaba nombres de ministros a Sánchez hace tres años se iba a convertir en un filantrópico casco azul. Ocurrió en el debate del martes. De repente, un inesperado buenismo de Iglesias que apelaba a la moderación, la templanza, los buenos modales, la empatía, la responsabilidad, el respeto al adversario... Por eso creo que si el primer debate lo ganó Rivera, según la general valoración, el segundo lo ganó con claridad el líder de Unidas Podemos. Nunca lo hubiera dicho, pero resultó que en el debate de Antena 3 acabó siendo el chico bueno de la clase. Hasta su apuesta por el derecho a decidir en Cataluña (habló de la “complejidad identitaria de nuestro país”), a la contra de los otros tres candidatos, resultó creíble gracias a su pericia para envolver el arsénico en papel de celofán.
Nadie le replicó. En cambio Rivera (Cs) y Casado (PP) volvieron al insidioso discurso que presenta al presidente del Gobierno como un vendepatrias que se alía con “los enemigos de España”, a pesar de que también Sánchez desmintió por enésima vez su presunta connivencia con los separatistas. “Es falso, falso, falso”, se desgañitó cuando los dos líderes de la derecha volvieron a acusarle de pactar con Torra.  

 

Iglesias, el pacificador

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