El ministro de Interior, cabeza visible de la covachuela, soporta pocas luces, acaso, un angosto patio de ídem, sofocado, las más de las veces, por las estrictas medidas de seguridad que la sede demanda. En lo personal puede ser un tipo iluminado, quién lo duda. Y hasta esclarecido, es humano y a esa condición ese derecho. Pero en el cargo nada de luces, las luces en este ámbito corresponden a Exteriores.
EL caso es que en ese juego de luces y sombras nos enteramos que se presentó Rodrigo Rato en la casa oscura del ministro Fernández, en condición no de “exbankiero”, o de “tarjetero” mayor del despilfarro, o alguna de esas cosas de las que le acusan, sino de expresidente económico del gobierno y del FMI. En una palabra, en su versión buena y para denunciar la maldad de unas amenazas. Y el piadoso del ministro, en su versión, siempre en ella, lo recibió en persona, pudo hacerlo en diferido o por terceros, pero él refiere ser cabal.
La cuestión es que del encuentro en las tinieblas fluorescentes de su despecho interior, también se enteró la vigilante oposición, haciendo saltar las alarmas, ante el temor de que el presunto se impusiera al ex y le tomase el pelo. Bueno, el pelo no, las luces, no, las luces tampoco, en una palabra, que le endosase con motivo de tan preferente visita alguna preferente. Y eso no, para preferencias las suyas en el afán de adelantarlo, aunque sea por la derecha, y al solo objeto de soplarle el cargo.