LA GALICIA ACTUAL

La fiebre lo hacía sentirse muy débil. Su fuerza había menguado mucho después de tres días con una temperatura corporal superior a 39 grados. Solo el efecto de los medicamentos antitérmicos le proporcionaba cierto alivio. Aprovechaba entonces para asearse un poco y exprimir unos limones, cuyo zumo rebajaba con agua y vertía en una jarra que descansaba sobre la mesilla de noche. Esa bebida era lo único que admitía su cuerpo. Aun así se consideraba un tipo afortunado, porque sabía que al menos no moriría  deshidratado.  
Ese consuelo contrastaba con el desconcierto que sentía durante los ratos de lucidez. Al despertar estaba confuso. Se daba cuenta de que mientras dormía había sufrido alucinaciones y delirios. Las imágenes se agolpaban en su mente, los recuerdos se entremezclaban y le costaba entender qué significaban aquellas imágenes.
Había visto a una mujer con cara de pepera y vestida de pepera, pero que no era del PP. Con una hoz en una mano y un martillo en la otra torturaba a una tal Carmiña, siguiendo el ritmo que marcaba un barbudo que golpeaba un tambor como si estuviese marcando el ritmo de boga de los remeros de una galera.
También se había visto en su banco. Sonaba salsa en el hilo musical de la oficina, cuyos empleados, uniformados con un chándal tricolor –amarillo, azul y rojo–, mostraban especial reverencia con un pajarito que lo iluminaba todo desde una jaula colgada del techo. La directora de la sucursal, culona y de anchas caderas, se acercó a él con una copa de licor: ¿Cómo es que estás? Este ronsito es para ti; ya tú sabes, así la negociación de las preferentes saldrá chévere.
En otro momento sintió que estaba en un astillero. Todos los hombres lucían bigote y se cubrían con un sombrero de alas anchísimas. Uno corría gritando “ándale, ándale”, bebía a morro de una botella de tequila y disparaba al aire. Los demás dormitaban sentados en el suelo, con la espalda contra la pared, las piernas flexionadas y la cabeza apoyada sobre las rodillas. ¿Tú tomas, mi cuate?, le preguntó el que disparaba al aire. Ni doy ni tomo. ¡Cómo eres, chamaco!, no me refiero a eso, quiero decir que si te apetece un trago de tequila. Sienta muy bien, ¿no ves lo animados que están los ingenieros que construirán los gaseros?, dijo haciendo un gesto con el que abarcaba a todos los durmientes.
Al cuarto día se despertó como nuevo. La fiebre había desaparecido misteriosamente. Pero seguía confuso. No sabía dónde había estado. De repente se le hizo la luz. ¡He estado en Galicia! Gárdasme o segredo?

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