Jaulas

en estos días de confinamiento en los que nuestras casas se han convertido en los refugios con los que combatir las embestidas de una pandemia sin precedentes en la era moderna; no puedo dejar de acordarme de aquellos que-a falta de hogar- se han visto obligados a refugiarse en sus jaulas, resultando del todo indiferente si estas son de oro o de cartón. 
Sus habitantes huyen de la enfermedad caminando de perfil, tal y cómo lo hacemos todos desde nuestros respectivos domicilios, pero es que además, ellos se ven obligados a hacerlo también de puntillas. Con el sigilo propio del ratón que huye del gato, tratan de no molestar a un captor que, a buen seguro, habrá transformado la reclusión en un secuestro.
Miles de mujeres y niños, viven día a día el tormento al que les somete un patriarca que se ha erigido a sí mismo como tal, con puño de hierro y nervios a flor de piel. Hombres cuya frustración se ha visto multiplicada por el encierro y que juegan a descargar su furia contra sus parejas e hijos. 
Los teléfonos del maltrato se han colapsado en estos días en los que no parece no haber salida, ni huida posible, ni lugar a dónde ir… O, al menos, eso es lo que desean hacerles creer a sus víctimas los tiranos que emplean sus manos para someterlas a unos dictámenes, locuras y manías, con los que intentan justificar su falta de cordura. 
En muchos casos, más tarde vendrán los perdones, las promesas y las flores… Y lo harán, a cambio de los cardenales y de las humillaciones, de las amenazas y de tratar de tapar el terror por un rato.  
Pero todo es mentira. Ni ellos son omnipotentes, ni es verdad que no hay salida. Solamente hay que desearla e ir a por ella. Es necesario despojarse del Síndrome de Estocolmo y huir sin mirar atrás, sin contemplaciones, ni ganas de escuchar más. Es preciso escapar tan lejos como a una le lleven los pies y pedir ayuda… Porque absolutamente nadie devolverá a esa mujer a su jaula si es capaz de denunciar y tajante en su decisión de abandonar a su enemigo. 
De nada valen los recuerdos ni las excusas. Si no se escapa, los golpes regresarán y lo harán cada vez con mayor virulencia… Porque el maltratador se hace fuerte en la debilidad de sus víctimas. Poco a poco va probando hasta donde llegar y, al ver que no hay respuesta, se atreve un poquito más.
Comprendo que no es fácil tirar una vida por el corbatín, pero una vida no vivida es una sombra de vida. No es nada y, por ello, no hay nada que perder y sí mucho que ganar. Es necesario programar el cerebro en modo avance y denunciar. Si el maltratador sale a la compra, aprovechen para pedir ayuda a un vecino o, simplemente, para huir. Si usted es una mujer maltratada y tiene la oportunidad de salir, no dude en pedir auxilio en el supermercado, la farmacia o la gasolinera. Alguien le ayudará y se activará un protocolo, gracias al cual, la sociedad meterá un nuevo animal en la jaula correspondiente, mientras usted saldrá de ella para siempre.

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