“La FIFA son una panda de viejos hijos de puta”. Esta sentencia, que parece más propia de un hincha desaforado en una tertulia de bar, la ha pronunciado ni más ni menos que el presidente de Uruguay, José Mujica, a la llegada de la selección celeste a Montevideo después de caer eliminada en el campeonato del mundo de fútbol que se está celebrando en Brasil ante Colombia en los octavos de final.
Quien piense que la frase puede estar tergiversada, sacada de contexto o pronunciada en un mal momento, debe saber que en el ánimo del dirigente charrúa no está el afán de esconder la metedura de pata.
Ante estas explosivas declaraciones, el periodista le pregunta si tiene su permiso para publicarlas, a lo que Mujica respondió: “Publícalo, por mí”.
Mujica se ha quejado de lo que considera una sanción desproporcionada y “fascista” hacia una de las estrellas del combinado celeste. Habría que preguntarle tal vez al dirigente uruguayo lo que él consideraría justo para un jugador que ya ha sido sancionado otras dos veces por la misma falta.
Primeramente, cuando militaba en las filas del Ajax, fue sancionado con siete partidos por morder a un rival. Luego, ya en las filas del Liverpool, con otros diez encuentros por otro mordisco.
Un jugador que además ha tardado en mostrar arrepentimiento por esta última acción, presentando inicialmente un alegato surrealista en el que aseguraba que simplemente había perdido el equilibrio, impactando con el hombro del defensa italiano y sufriendo un hematoma en su pómulo y dolor en sus dientes. Un poco más y tendrían que sancionar a Chiellini por ser tan desconsiderado.
Antes de todo esto el presidente Mujica había ya salido a defender a la estrella uruguaya, cuando se dio a conocer la sanción, afirmando que “a Luis Suárez no lo elegimos para filósofo”.
Está bien saberlo, pero alguien le debería explicar a Mujica que tampoco lo han elegido para actuar de caníbal por los campos de fútbol del mundo.
Suárez fue recibido con honores de héroe por una hinchada, que en caso de haberse invertido los papeles, no dudaría en pedir la exclusión de por vida del defensa italiano de los campos de fútbol.
Y es que muchas veces el fanatismo no deja juzgar con objetividad los hechos y lo que consideramos como inexcusable en los contrarios se justifica hasta límites absurdos cuando es “uno de los nuestros” quien comete la acción. Y esto no solo vale para el fútbol.