Amarga despedida

Enérgica, fuerte, valiente, testaruda, capaz, decidida, resolutiva, ambiciosa; mujer con nervio y  garra; de frente y sin complejos. En esta su retirada y abandono de la política activa, así ha definido a María Dolores de Cospedal alguna firma mediática no precisa y habitualmente amable. 
Esta fuerte personalidad suya ha sido la clave –dicen– de su supervivencia al lado de Mariano Rajoy, en la salud y en la enfermedad; esto es, en los buenos y malos momentos, como número dos del Partido Popular durante diez años (2008-2018) en calidad de secretaria general de la organización.  
No es de extrañar, pues, que también se haya recordado  que a ella su superior nunca le negó nada, hasta el punto de haberle permitido algo en principio anómalo como fue simultanear tal tarea orgánica con la presidencia de Castilla-La Mancha (2011-2015) y el Ministerio de Defensa (2016-2018).  
Pues bien, después de más de veinte años al servicio de unas siglas, las del PP, Cospedal se ha ido de la política activa un poco por la puerta de atrás. Hubiera merecido mejor despedida. Pero presionada por su entorno familiar, por el cerco mediático de toda clase y color a que estaba sometida y por la posibilidad nada descartable  de nuevas filtraciones de audios procedentes de la factoría Villarejo, ha terminado por tirar la toalla.  
La situación parecía insostenible. Bien se ha visto que cuando se trataba de audios comprometedores para la izquierda o la progresía en general, el polémico ex comisario hoy en la cárcel es un chantajista. Pero que cuando de latitudes a la derecha se trata, Villarejo es una fuente de verdades incontestables que el sistema político y mediático asumen  sin pestañear. La célebre doble vara de medir.
A mi juicio, sin embargo, Cospedal se ha ido fundamentalmente por la soledad política en que se ha visto dentro del propio PP.  Ella,  que dio la cara hasta  el último momento, contra viento y marea, en casos como los de Rita Barberá y Cristina Cifuentes, se ha sentido desamparada. Tal como  señalaba en el largo y amargo comunicado de despedida, un partido que no es capaz de defender a los suyos cuando están siendo injustamente atacados, no puede esperar que los ciudadanos confíen en él. Y concluía: “Cuando tus adversarios políticos detectan que tu fortaleza es vulnerable, los ataques se multiplican”.
Tremendo aviso. No le faltaba –creo– razón. Ni en la alta, ni en la media ni en la baja política ni en sus aledaños el PP se ha distinguido por el cierre de filas con los suyos. Pero desde que en la cúpula de Génova desembarcaron  dirigentes nuevos sin mayor sensibilidad con el PP de siempre,  tal actitud se ha acentuado. No parece que ello ayude mucho a la pretendida política de Pablo Casado de recuperar en el seno del partido espacios y gentes.

Amarga despedida

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