Conciencia o negocio

Si se arma y se municiona a un estado que descuartiza a sus nacionales en los consulados, que no se hable de Derechos Humanos. Sin embargo, al trascender los detalles sobre el monstruoso asesinato del periodista Jamal Khashoggi, todos los partidos coincidieron en el vergonzante intento de demostrar que ambas cosas, el sostenimiento de un régimen como el de Arabia y la fervorosa defensa de los Derechos Humanos, son perfectamente compatibles. Y no lo son.
Sin conciencia, un ser humano es un zombi, y un estado, también. Tratar de eludir el significado moral, de proveer de artículos de guerra a quienes exhiben una tan radical desafección a los principios de la civilidad, equivale a narcotizar la conciencia hasta dejarla vegetativa. A tal extremo alcanza, al parecer, el poder del dinero (petróleo, negocios, contratos...) y la sumisión que suscita, pues no existe, en puridad, razón alguna para concluir que sin la carga de trabajo derivada del pedido de las corbetas, los trabajadores de Navantia tuvieran que perder inevitablemente sus empleos. Hay una cosa que se llama voluntad política, en éste caso la que apostaría por buscar resueltamente alternativas para nuestros astilleros y sus trabajadores, que también se adormece y agoniza cuando no la guía la conciencia despierta, siquiera la sencilla conciencia que distingue el bien del mal.
Alguien de Podemos, no sé si Teresa Rodríguez, ha aportado una solución, aunque parcial, a ese horrible dilema, que no es un dilema, entre dignidad (dignidad nacional) y negocio, entre debelación y complicidad: quedarnos con las corbetas, esto es, construirlas para nosotros, para nuestra defensa. Con los miles de millones que la corrupción política ha robado en España, y si el estado se ocupara de verdad en recuperarlos, nos llegaría de sobra para ese plan que, de una parte, aseguraría el pan de las familias, y, de otra, contribuiría a modernizar nuestra Armada. Pero aún sin contar con lo robado por las mafias de la Administración, la voluntad política, de existir, encontraría la manera de allegar esos recursos.
Seguramente a Sánchez y a su gobierno les ha costado mirar para otro lado, e incluso puede que hayan sentido una íntima repugnancia al hacerlo, pero la ceguera voluntaria, como la conciencia dormida, ensancha en el mundo los cada vez más extensos territorios de la impunidad.

Conciencia o negocio

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