Postverdades

De unos años a esta parte funcionan en internet una serie de empresas e iniciativas periodísticas cuyo propósito es detectar errores, imprecisiones y mentiras que dicen los políticos en sus intervenciones públicas. Es lo que en el mundo anglosajón se llama fact checking.
Una de las más veteranas y acreditadas en esta especie de periodismo de investigación se puso hace poco a ello tomando como referencia los debates de los dos principales candidatos en las recientes elecciones presidenciales en Estados Unidos. Y ha concluido que nada menos que el 73 por ciento de lo asegurado por Donald Trump era falso.
Nadie como el electo presidente norteamericano ha sabido mejor manejar esto que ahora se llama postverdad, neologismo entronizado por el Diccionario Oxford como palabra del año y nueva incorporación enciclopédica. Se trata de aseverar cosas que se “sienten” verdad, pero que no se apoyan en la realidad. Falsas verdades destinadas a fijar y reforzar prejuicios y creencias; a conectar con lo que la gente quiere oír y, en definitiva, a consolidar convicciones apelando fundamentalmente a la emoción y a los sentimientos.
La postverdad no es nueva ni patrimonio de sociedades democráticas o producto de las redes sociales. En regímenes autoritarios se ha utilizado siempre y con notable eficacia. Por nuestros lares crece y florece en los partidos y gobiernos nacionalistas y separatistas, con Cataluña a la cabeza. El “España nos roba”, “la independencia solucionará todos nuestros problemas” o el “somos nación” son ejemplos paradigmáticos de esas falsedades que a base de ser repetidas mil veces terminan convirtiéndose en verdad sentida.
Y no se sabe si por no quedarse rezagado en la cola de la ventanilla que el Gobierno tiene abierta de par en par por aquello de los pactos y consensos necesarios para superar el rodillo del Parlamento, el caso es que también el País Vasco se ha sumado a un victimismo que en la realidad no se sostiene.
Tiene constitucionalizados aquella comunidad los viejos derechos forales; goza de un Estatuto de autonomía muy superior en competencias y capacidad de maniobra a cualquier otro, y cuenta con un privilegiado sistema de financiación. Pero últimamente su presidente, Íñigo Urkullu, se ha sumado a la postverdad de que el Gobierno central viene acosando con una lluvia de recursos ante el Tribunal Constitucional que ahora habría que retirar. Y no es cierto, sino en todo caso al revés.
De atenerse, por ejemplo, a la Memoria 2015 del alto tribunal, mientras que el año pasado el Gobierno de la nación no planteó recurso de inconstitucional ni conflicto positivo de competencia alguno, las altas instituciones vascas lo hicieron en seis ocasiones. Y están pendientes de resolución dieciséis iniciativas promovidas desde de Vitoria frente a las dos salidas de Madrid.
En definitiva: el mundo al revés. Hoy lo que importa no son los hechos, sino los sentimientos.

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