Que no cunda el pánico

e emplazan en la tele a debatir sobre la suspensión de eventos masivos en la batalla contra el coronavirus, si estoy dispues to a objetarlos. Y, como hacen los abogados, exigidos a defender una argumentación o la contraria, en función del cliente, me esfuerzo en encontrar buenas razones para oponerme, por ejemplo, a la celebración de acontecimientos deportivos a puerta cerrada, como ya ha empezado a ocurrir en nuestro país.
El razonamiento lógico obliga a evaluar pros y contras de una decisión. Sostengo que la cancelación de eventos colectivos crea males mayores de los que pretende evitar. Se evita el contagio de un virus de porcentajes muy altos de curación y muy bajos de mortalidad, pero se disparan los niveles de psicosis colectiva por incontrolable contagio del miedo.
Por ahí, al pánico. Más contagioso que el coronavirus. Nos hace temer un colapso económico, por culpa del desabastecimiento, el retraimiento del turismo, el hundimiento de la bolsa, la caída del consumo, etc. Y esos perniciosos efectos colaterales traen causa de desgracias bastante más tóxicas que las que podemos endosar al patógeno chino.
¿Qué es lo que podemos endosarle, hoy por hoy? Por supuesto, su poder de contagio. Y en este punto demos una oportunidad a la estadística, un vector de análisis de la realidad bien instalado en los reinos de la razón y el sentido común.
Veamos: El minuto y resultado del mal en España cuando escribo estas líneas nos habla de un fallecido y 165 afectados. Un muerto durante los últimos treinta días en una población de cuarenta y siete millones de habitantes. De esos 65 afectados, hay siete sometidos a cuidados intensivos: es decir, un español por cada siete millones aproximadamente. Y sobre el total de supuestos contagiados, asintomáticos o con síntomas leves y tendencia a mejorar, solo tres de cada millón de españoles.
No se trata de minimizar, sino de desdramatizar. Es lo que toca frente a la psicosis colectiva de miedo a un mal que, como hemos visto, no es ninguna plaga bíblica, como las que enviaba Dios a los egipcios, ni una conspiración de los dioses empeñados en volver locos a los hombres antes de destruirlos, como dice el aforismo griego.
Además, estamos en buenas manos. El sistema sanitario español está respondiendo razonablemente. Sus responsables aseguran que las posibles cadenas de trasmisión están controladas. No hemos rebasado el primer estadio del desafío (contención), todavía muy lejos del cuarto (pandemia). Y de la zona cero china llega la buena noticia de que el número de contagiados empieza a remitir.
Ergo, que no cunda el pánico.

Que no cunda el pánico

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