En menos de dos años ese ministro de nombre José Ignacio Wert, armado de pico y pala, inicia la tarea de derribar la sólida estructura de la educación pública. Primero fue desmontando puertas y ventanas y a continuación hizo temblar los muros, abriendo brechas para que poco a poco se fueran desplomando. Ahora socava con fuerza los cimientos para dejarlo todo reducido a escombros. Un inmenso erial. Tendrán que pasar generaciones para que vuelva a crecer la hierba. Como decían de aquel rey de los hunos llamado Atila.
Es un personaje osado, insensible, con grandes dosis de soberbia que no ha facilitado un solo acuerdo en temas tan importantes como la educación y la cultura. Llegó con la idea de adoctrinar, si era necesario españolizando a los niños catalanes, como ha dicho sin el menor pudor. Su objetivo dejar la educación de calidad para las élites que puedan pagársela. No debemos olvidar un dato importante: hace solo 35 años, cuando se aprobó la Constitución, el 25% de la población era analfabeta. Hoy tenemos la juventud mejor formada. Y no es difícil retroceder el camino recorrido.
Aquí no hay pausa, un día aumenta un curso al bachillerato, otro sube la nota para acceder a becas, incrementa las tasas universitarias, inicia sin consenso la reforma la ley de educación, la denostada Lomce. Y la gota que colma el vaso, la supresión de ayudas a becas Erasmus que ha tenido que rectificar y tragarse el sapo de su prepotencia.
Pero este ministro pirómano va rodeando el bosque y antes de apagar un fuego ya está con la mecha en la mano para prender otro. No actúa solo. No va por libre, como alguien pueda pensar. Le gusta se ejemplarizante y si hay que recortar él será el primero. Pero hay un gobierno que le sustenta y apoya. ¿Acaso no se hablan, no se coordinan? Más bien cumple con los objetivos ideológicos de vaciar de contenido la educación pública.
Al final, que las personas puedan tener las mismas oportunidades, al margen de donde nazcan y con que recursos cuenten, pasará de ser la realidad que hemos vivido estos años, a un sueño imposible.
Por eso este hombre no puede ser ministro, ni un día más. O dimite por vergüenza o le cesan por dignidad