La suerte hay que buscarla

ada se produce por azar. “El azar, dice Albert Einstein, no existe. Dios no juega a los dados”.
Por su parte, los antiguos filósofos griegos, afirmaban que “los dados de Júpiter siempre caen bien”.
Realmente, el azar absoluto no existe. Nada sucede “porque sí”. Todo tiene un sentido, una explicación, una razón de ser. Por eso, se puede decir que la gran paradoja de la suerte es que hay que buscarla, pues no se produce por azar. Esto explica el absurdo que supondría no jugar a la lotería y decir que no se tiene suerte porque no nos toca.
“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”, había afirmado Shakespeare. Muchos son los que quieren tener buena suerte pero pocos los que deciden ir a por ella. Ya decía Séneca que “no hay viento favorable para el que no sabe a dónde va”.
La casualidad se opone al principio de causalidad, según el cual, no hay efecto sin causa y también al principio de razón suficiente, para el que, todo lo que existe tiene una razón suficiente para ser como es y no de otra manera o, lo que es lo mismo, todo tiene una explicación o razón de ser.
El primer filósofo en formular el principio de razón suficiente fue Leibniz, al que después dedicó su tesis doctoral Schopenhauer, al sostener que, según este principio, los objetos caen al suelo por una razón y esa razón la sabemos por la ley de la gravedad.
El propio Leibniz sostenía que nuestros razonamientos están fundados sobre dos grandes principios: el de contradicción, según el cual, juzgamos falso lo que implica contradicción y verdadero lo que es opuesto o contradictorio a lo falso, y el de razón suficiente, en virtud del cual, consideramos que no existe ningún hecho verdadero ni ninguna enunciación verdadera, sin que haya una razón suficiente que lo explique. Nada existe sin causa determinante.
El biólogo francés Jacques Monod, en su obra “El azar y la necesidad”, inspirada en una obra atribuida a Demócrito, afirma que, “todo cuanto existe es fruto del azar y de la necesidad”.
Nos gustaría pensar que somos necesarios, inevitables y ordenados desde la eternidad. Todas las religiones, casi todos los filósofos e, incluso, una parte de la ciencia dan testimonio del esfuerzo infatigable y heroico de la humanidad, negando desesperadamente su propia contingencia.
Para los autores evolucionistas y no creacionistas, todos los seres vivos, incluidos los humanos, son producto de la selección natural. El hombre sabe que está solo en la inmensidad indiferente del universo. Ni el destino ni las obligaciones están escritos en ninguna parte.
La afirmación de que “la suerte está echada” es tanto como apuntarse al fatalismo o destino irremisible e irremediable, cuando el principio que invita a vivir y trabajar es que el éxito nunca te va a perseguir, tienes que ser tú quien lo persiga y busque.

La suerte hay que buscarla

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