Más de un siglo después de la declaración del 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer, sigue siendo necesario recordar lo que fue un logro de generaciones. Desde entonces se siguen recorriendo caminos y sorteando obstáculos para alcanzar nuevas metas que lleven a confluir al derecho legítimo de ocupar el espacio que nos corresponde a más del 50% de la población.
Las mujeres españolas hemos conseguido el derecho al sufragio universal en el año 1931. Pero muy pronto se cortaron sus alas, lo perdimos casi sin ejercerlo y hemos tardado en recuperarlo más de cuatro décadas. Es cierto que en los más de 35 años de democracia hemos hecho un recorrido continuo y ascendente en la conquista de derechos y libertades, para recuperar el tiempo perdido. Sería incluso pedagógico para la juventud recordar lo que estaba prohibido: viajar, comprar o vender, sin autorización del marido, separación, divorcio o anticonceptivos. Parece que han estado siempre ahí y fueron logros de antes de ayer. El gran salto ha sido el acceso a la educación, igualando a quien tenía recursos y a quien no. Esa es la base fundamental para ser libres, para luego acceder al trabajo y tener una independencia económica. Preparadas para asumir responsabilidades en cualquier ámbito social. Y aún así es competir en desigualdad.
Hoy la falta de empleo, la precariedad salarial, los recortes sociales, la lacra de la violencia enraizada en un insoportable machismo, la reforma de la ley del aborto con la que amenazan, las trabas para acceder a la educación y a la salud están dibujando un panorama muy oscuro para todas las etapas vitales de la mujer. En su momento hemos avanzado con la implicación social y la decisión de gobiernos progresistas comprometidos con la igualdad. Pero para el Gobierno actual cualquier disculpa sirve para recortar derechos y libertades y devolvernos a los roles del pasado.
Los retos del milenio eran ambiciosos, pero el momento que estamos viviendo está afectando con dureza y el objetivo inmediato es evitar la involución. La situación es de emergencia y quienes tenemos un compromiso con la igualdad tenemos la obligación de encender las alarmas para evitar que silenciosamente se sigan derribando los logros conseguidos.