Habla pueblo habla

A finales de los años 70 los medios de comunicación recogían una campaña publicitaria para animarnos a participar en el referéndum de la reforma política que marcaría los primeros pasos de nuestra democracia. Habla pueblo habla, este es el momento, decía con música aquella campaña. Y lo hicimos, los españoles hablamos alto y claro, como dice mi sobrino Medrano, gran jurista, por cierto, dijimos que queríamos concordia y entendimiento y, sobre todo, paz. 

Pues parece que lo que entendimos bien todos los españoles, salvo algunos asilvestrados, no lo entendieron los políticos de hoy. Ya es curioso, porque los políticos de entonces lo entendieron, lo asumieron y lo practicaron, Ahora tenemos políticos jóvenes que, prácticamente ninguno, conocieron el franquismo y que por lo tanto fueron educados en democracia y al calor de la constitución del 78 que fue pródiga en concordia y que estos jóvenes políticos de hoy no entendieron o no estudiaron o, por lo menos, no asimilaron. 

Por increíble que parezca se muestran incapaces de hablar entre ellos, no se entienden en nada y se limitan a ponerse vetos que lo único que consiguen es crispación y enfrentamiento, justo lo contrario de lo que necesitamos. De entre todos, el que más llama mi atención es Albert Rivera, un chico joven que hizo un papel brillante en Cataluña durante un tiempo y al que el salto a la política nacional parece haberle sentado mal, se ha crecido hasta la prepotencia y toda la ola de ilusión que consiguió se desinfla como un globo pinchado. 

Este se niega a hablar con todos; con Sánchez porque le cae mal, con Abascal porque cree que le robó votos, con Casado porque ve en él a su rival y con Iglesias porque, imagino, se compró una casa más grande que la de él. De pregonar que había que acabar con la España de azules y rojos a abanderar un nuevo frente, esta vez contra todo y contra todos. 

Como es posible que aquel que llegó a firmar hace nada un acuerdo de gobierno con Sanchez que incluía 200 medidas para regenerar España no sea capaz ahora ni de sentarse con él para hablar. No se entiende, o quizás sí. Rivera quiso jugar a ser socialdemócrata y aquello encajaba en su hoja de ruta, pero, cual veleta sin control, llegó a la conclusión de que podía recoger votos del desgaste del PP por el peso de la corrupción en las filas de la gaviota y entonces viró y sin renunciar a su tendencia socialista, decidió hacer campaña para encoger al PP y apropiarse de su espacio político. 

La estrategia le funcionó al principio y, cuando se las prometía muy felices, apareció Vox que le arrebataba votos al PP por la derecha de entre aquellos que vieron en Rajoy un blandengue sin solución, cuestión que se multiplicó con aquel 155 mal aplicado y sin resultados. 

Rivera entonces vio en Vox un peligro para su hoja de ruta y por eso participa en la demonización de Abascal, al que le niega el pan y la sal, pero, eso sí, acepta sus votos en Andalucía, Madrid, Murcia y muchos ayuntamientos que, con la suma de las tres fuerzas políticas podrían desarrollar gobiernos alternativos a la izquierda. No le vale con insultar a Vox, tiene que etiquetarlos como extrema derecha para justificarse y ganarse así el título de demócrata que regala la progresía, esa que, ahora sí, reza para que en Madrid Vox facilite, con su abstención una investidura de Gabilondo, ahí el PSOE se olvidaría del cordón sanitario para hacerse con la poltrona gracias, eso sí, al partido de Abascal. Si no hablan entre ellos y nos llevan a nuevas elecciones, entonces hablará el 

Habla pueblo habla

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