El sol calentaba en el patio. Le recordaba a su sol arousano, el que le había arrebatado temporalmente un juez de la Audiencia Nacional. Apoyó la espalda en el muro en busca de frescura y se desabrochó la camisa casi hasta el ombligo. Había adquirido la costumbre de desabotonarse hacía años, cuando había empezado a navegar por la ría a bordo de las planeadoras. Era el método perfecto para que el cuerpo dejase de sudar y recuperase la temperatura perdida con la fatigosa estiba de fardos. Desde entonces ya no abandonó la inclinación a mostrar el torso, que fue la que le valió su mote, “Pechitos”, y la que sirvió al juez para bautizar la operación en la que cayeron él y todo su clan: “Silicona”.
El muro estaba caliente, pero proyectaba una sombra que proporcionaba cierto confort. Se acuclilló para evitar el contacto con el hormigón ardiente y se fijó en un hombre gordo que caminaba de forma maquinal de un extremo al otro del patio. Vestía chándal de marca, su pelo relucía por el efecto del sol sobre la gomina y olía a colonia cara. Su cara le sonaba, pero no acababa de ponerle nombre. Esa situación le contrariaba, porque siempre había presumido de tener un archivo en la cabeza. Muchas partes de su cerebro estaban todavía sin estrenar, pero la relativa a los nombres le funcionaba con una precisión envidiable.
Aún no había entrado en la edad de sufrir alzheimer y el polvo blanco que consumía era del mejor, del que no destruye neuronas. “Cheques, ven aquí”. El “Cheques”, así apodado porque en la otra vida había sido director general de un banco, se acercó solícito acompañado por el hombre con el que conversaba. “¿Quién es ese?”, le preguntó “Pechitos” haciendo un gesto hacia el caminante del chándal. “¿Que quién es ese?”, repitió el “Cheques”, a quien la reclusión había hecho perder parte de sus buenas maneras, al mismo tiempo que le daba un codazo a su acompañante, al que se le escapó una carcajada. “No te rías, ‘Hielos’”, ordenó “Pechitos” en tono amenazante al risueño. “Hielos”, que había sido un gran empresario de los congelados, obedeció sin rechistar.
“¿Que quién es ese? ¿No lo sabes?... pero si le has votado un montón de veces”, sentenció “Cheques”. A “Pechitos” se le encendió una luz en el cerebro: “¡Ah!, ¿pero es él? Lo hacía más delgado”. “El photoshop hace milagros en los carteles electorales”, terció “Hielos”. “Pues si es él, ya estamos todos. Se me hacía conocido y sabía que había coincidido con él muchas veces, pero no acababa de identificarlo”, afirmó aliviado “Pechitos”.