Un pacto por la educación

Dicen quienes siguieron el periplo estadounidense de Rajoy que el presidente del Gobierno se está cansando de repetir la coletilla de “Spain is back”. Lo que no aclaran es si Rajoy recurre siempre a eso de que “España ha vuelto” porque se lo cree de verdad o porque es una de las pocas expresiones que surgen fluidas de su boca cuando se expresa en el idioma de Shakespeare, pasando por la bocalización macarra y bariobajera de Chuck Norris.
Porque, en el fondo, Rajoy se suma a esa larga, larguísima, lista de presidentes españoles incapaces de pedir la cuenta sin recurrir a la mímica cuando pasan la frontera de Perpignan.
Con frecuencia, esta minusvalía idiomática de la que hacen gala la práctica totalidad de los políticos sirve para que el resto de los españolitos hagan chanzas a cuenta de la falta de preparación de sus dirigentes. Y lo curioso de todo esto es que, habitualmente, quienes más sangre buscan son tan o más analfabetos si alguien los saca del idioma de Cervantes. Somos hijos de un sistema que nos enseñaba inglés en la escuela, pero con un método que no sirvió ni para que uno de nosotros aprendiera a desenvolverse en la lengua anglosajona. Años y años de intentar comprender las caprichosas modificaciones del verbo To Be y, para frustración de aquellos voluntariosos maestros, ningún resultado.
Tal vez Wert, en lugar de conferirle peso curricular a la Religión, tendía que haberse planteado la necesidad de conseguir que esa supuesta enseñanza bilingüe que reciben ahora los niños lo sea de verdad. Que vaya un poco más allá de convertirlos en seres  capaces de repetir las partes del cuerpo o los colores, como quien antaño se aprendía el nacimiento y desembocadura de los ríos patrios.
Sin necesidad de que el Informe Pisa saque a la luz nuestras vergüenzas, la realidad es que los políticos confunden con mucha facilidad educación con adoctrinamiento. Solo así se puede entender el empecinamiento que muestran cada vez que acceden al poder. Justo en el mismo instante en el que toman posesión de sus cargos, ya están urdiendo una reforma educativa. Y así, España bate récords de leyes y, por lo que reflejan los estudios, de fracaso educativo.
Hay quien pide un gran pacto de Estado para asuntos como la corrupción, el paro o el terrorismo. Lo patético es que a nadie se le haya ocurrido que si algo necesita estabilidad y consenso es la formación. Quienes ahora juegan con plastilina serán los responsables del mañana y o se hace algo, o seguirán poniendo cara de besugo cuando se reúnan con el Obama de turno.

Un pacto por la educación

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