Será que el espíritu de Halloween anima a cruzar la línea de lo racional. Y a perder los papeles. Será que ver a brujas de todos los tamaños compartiendo mesa en las cafeterías con zombis con cuchillos de goma en la cabeza impulsa a creer que todo vale. Y así, uno se permite aparecer en pantalla, micrófono en mano cual telepredicador para insomnes, y anunciar la aparición del presidente muerto en el muro del metro de Caracas. Sin que nadie se levante en armas para despejar el palacio de Miraflores de dirigentes que confunden la admiración con el fanatismo. Que parece que tienen problemas para distinguir la realidad de la fantasía.
Nicolás Maduro presenta la fotografía de Chávez convertido en cara de Bélmez bolivariana como si de un advenimiento se tratase. El segundo milagro, después de la reencarnación en pajarito susurrante poco antes de las elecciones. La religión chavista va tomando forma. Si una bola de espagueti con albóndigas ha ascendido a los altares –los pastafarios son legión–, que lo haga el gran líder venezolano es cuestión de tiempo. La preocupante diferencia es que en este caso la nueva creencia no sería una forma de protesta con mucho sentido del humor, sino una fe que moverá a miles. Las colas para las imposiciones de manos guiadas por el mandatario fallecido darán la vuelta a la manzana. Jurarán los seguidores que lo mismo han visto levantarse a los inválidos que curarse a los enfermos terminales. Decenas de bebés serán ofrecidos a diario al santo para que los bendiga. Se unirán parejas en sagrado matrimonio chavista y se ordenarán sacerdotes que divulguen la palabra del presidente de los presidentes. Ese que no se callaba por más que se lo pidieran.
Maduro ha conseguido que el mundo se estremezca con su cuento de terror de Halloween. Ojalá fuese una broma macabra. Desafortunada, de mal gusto, pero sin más repercusión que la de las bromas populares. Pensar que el futuro de un país está en manos de personajes que tan pronto hablan de planes económicos como de fantasmas es para echarse a temblar.
No hay película del género que dé tanto miedo.