Hablemos de botellas

Hace muchos años, en un acto celebrado con motivo de la imposición de bandas propia de muchas facultades al concluir los estudios cursados, tuve el placer de escuchar al rector de la universidad competente obsequiar con sus palabras a un sinfín de estudiantes ávidos por abandonar aquel lugar y, a buen seguro, con la cabeza volando hacia el piscolabis que les aguardaba a la salida de-para muchos-, aquel soporífero evento con discurso incorporado. Sin embargo, aunque reconozco que había partes irrelevantes y repetitivas en aquel manifiesto, confieso que yo sí presté toda mi atención a aquel hombre apasionado y descorazonado a partes iguales, que trataba de infundir ánimos a una recua de jovenzuelos convencidos de que solamente hacía falta un título bajo el brazo para lograr que el mundo entero se arrodillara ante ellos. Todo lo demás no era más que palabrería propia de un viejo carca. 

Como desde pequeña mi gran afición ha sido contar y escuchar historias; así como sacar conclusiones de las reflexiones que a mis oídos llegan de forma directa o indirecta y sin prejuicio de la categoría académica, social o laboral que ostente el orador; aquel día y bajo una lluvia de vocablos más o menos conexos, saqué una conclusión que me ha ayudado y acompañado desde entonces. Aquel hombre dijo algo muy interesante acerca de lo muy diferente que sería el porvenir de todos los portadores de aquella misma titulación…., fundamentalmente porque el éxito no dependía del título, sino de su utilización… Y esta última, de la forma que cada uno tuviera de enfocar la vida. Habló de botellas medio llenas y medio vacías… Y mencionó que siempre le iría mejor en la vida, lograra lo que lograra y pasara lo que pasara, a aquel que fuera capaz de transformar lo negativo en positivo y-especialmente-, al que fuese capaz de visualizar la cantidad de líquido contenida en el recipiente a observar, más tirando hacia arriba que hacia abajo… Algo que, dicho sea de paso, también mencionó que no se aprendía en ninguna universidad.

Vayamos dónde vayamos y aunque nos empapelemos en títulos, masters y diplomas, vamos con nosotros mismos. Siempre nos acompaña una mente estable o inestable, una inteligencia aguda u obtusa, la perseverancia o la desazón, el valor o la cobardía y, sobre todo, el optimismo o el pesimismo … Y, como hay que hacer lo posible por llevar en nuestro interior al mejor compañero de viaje, es necesario hacer el ejercicio diario de optimizar nuestras circunstancias, aunque muchas veces sea difícil ver bonito lo aparentemente feo, en la mayor parte de los casos, porque ha sido demasiado el tiempo en el que las cosas no salieron como esperábamos y la negatividad, o la actitud que esta conlleva, se instaló en un lugar de nuestro cerebro y se convirtió en seña de identidad.

Aquellas palabras que se quedaron grabadas a fuego en mi mente aquel soleado día de mayo de hace veinte años, me enseñaron que el hábito no hace al monje y que puede ser mucho más feliz aquel cuya única fortuna consista en tenerse a sí mismo, que otro que nade en la abundancia material; así como que ser poseedor de un campo de visión receptivo, positivo y abierto a la renovación y al aprendizaje propiciado por aquello que los unos podemos absorber de los otros, nos prepara para continuar luchando por cambiar las circunstancias desfavorables por otras mucho más benévolas… Porque como decía el genial Albert Einstein: es una locura hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes.

Hablemos de botellas

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