El fenómeno Susana Díaz

Con la facilidad que le es propia, el discurso político ha acuñado una nueva expresión: el susanato o la susanidad. Se trata de significar con ella el fenómeno de la emergente Susana Díaz. Y es que medio mundo está asombrado de su vertiginoso ascenso al estrellato sin haber dicho ni llevado a cabo todavía nada relevante.
Muy pocos se explican, en efecto,  muy bien cómo en un plazo de poco más de dos meses ha podido hacerse con la presidencia de la Junta de Andalucía, con todos los resortes del poder dentro del partido en aquella comunidad  y con buena parte de los grandes titulares periodísticos.
Y lo ha hecho desde la peor plataforma que para su despegue  podía imaginarse: el nido de corrupción política y sindical del que procede; su escasa experiencia de gestión (menos de año y medio al frente de la Consejería de Presidencia); su fama de mujer del aparato del partido, y su condición de heredera de un José Antonio Griñán que sale por la puerta de atrás del palacio de San Telmo y se refugia en el Senado para ponerse mejor a cubierto del horizonte judicial que se le puede venir encima.  
Una dirigente política, en definitiva, seleccionada por sus mentores políticos –que no elegida en las urnas- para gobernar el mayor territorio de España, con un presupuesto de 30.000 millones de euros, situado en la cola de todos los rankings nacionales de bienestar social, con una tasa de paro del 36,4 por ciento y con la menor inversión en educación por habitante, entre otros grandes retos pendientes. Pocas veces –se ha dicho- se ha visto un listón tan alto para alguien que jamás ha saltado nada.
Con todo, un colega compostelano lo ha dicho muy bien: que no es lo mismo leerla que oírla. Por escrito, lo que dice suena a consabido, a lugares comunes, y es de una enorme simpleza. Sin embargo, esa impresión cambia por completo cuando se la escucha. Las obviedades pueden ser las mismas, pero las sabe decir. Su tono es sugerente.
En eso debe de consistir el “poderío” que le atribuyó Pérez Rubalcaba. Transmite seguridad, tiene discurso vibrante y maneras de líder, cualidades que en árido y supervisto  panorama de la política nacional se echan muy mucho de menos.  
Y ahí está su peligro: en que por encima y al margen de su liviana formación intelectual y de su fuerte sesgo doctrinal de izquierda, termine por ganarse la credibilidad de una opinión pública entregada a la facilidad de las formas y remisa, por comodidades varias, a hurgar en los contenidos.  
También un Rodríguez Zapatero de buenas maneras y discurso atractivo cayó inicialmente muy bien. Y ya se sabe lo que luego dio de sí.

El fenómeno Susana Díaz

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