¿Un lazarillo para una nación de naciones?

Me tiene anonadado este Pedro Sánchez y sus reiterados esfuerzos por alcanzar La Moncloa. Nada le arredra. Ni siquiera la oposición frontal de sus barones. 
Él, a lo suyo. A sus asambleas de facultad, escraches polivalentes, intentar los votos de los descontentos y okupas de la Puerta del Sol. Todo vale. Por eso es el más guapo y el más “cachas” para quienes integraron las primarias y aspiran ya a consolidarse nuevos eruditos rojazos. Profesores ciruelos que ponen escuelas afirmando que Antonio Machado era soriano y que su infancia en Sevilla, al pie de un limonero, no pasaba de ser eufemismo. Pero que le vamos a exigir al nuevo secretario general si cierra su proclamación sustituyendo el cara al PSOE por la Internacional, puño en alto.
Ignoro a dónde vamos. Sin embargo con tipos así me temo lo peor. No por su ambición y soberbia, sino por los caminos que utilizan justificando los medios cara al fin. Ahora su concepto de nación de naciones cuando su predecesor de nefasta memoria- Rodríguez Zapatero- lo reconocía concepto discutido y discutible. Pues se menosprecia de donde venimos, a donde vamos, la fraternidad que compartimos o nos separa en el tiempo y proyectada al mañana, con Francisco de Vitoria y su sociedad solidaria de mutuo auxilio.
Hay que volver a La Sorbona y la pregunta -¿qué es una nación?– planteada por Renán sin chulo para explicarlo. No valen palmas ni aclamaciones teledirigidas pues no se transformarán en votos decisivos. Sobran barones de salón para cargarse ideologías o aupar soberanismos trasnochados en el mundo globalizado que vivimos. Conviene apoyarse en un sentido jurídico constitucional y olvidarse de tópicos románticos tan soñados por algún insensato. ¿Necesitará Pedro Sánchez de un buen lazarillo para ser presidente del Gobierno? ¿O, a semejanza del socialismo francés, recibirá bofetadas de fracaso?

¿Un lazarillo para una nación de naciones?

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