¿Quién controla a los incontrolados?

l esperpento catalán, teatralmente hablando, arrancó con Jordi Pujol, quien, con el apoyo tanto de González como de Aznar -a cambio de sus votos para poder gobernar, aunque fuera mirando permanentemente hacia otro lado- fue avanzando en su idea de construir la identidad de Cataluña como nación sobre tres principios: todo el poder sobre la lengua, la bandera y la educación. Tampoco nadie quiso mirar las mordidas económicas del clan. Artur Más, con Oriol Pujol de jefe del grupo parlamentario de Convergencia en el Parlament, dio el primer paso para la batalla real por la independencia, el actual proceso soberanista. Luego, la CUP le arrinconó y dio el poder a Carles Puigdemont, que sigue gobernando tras fugarse de la justicia española, por un delfín interpuesto, Quim Torra. Y, desde luego, nada se entendería sin la participación decisiva del entonces presidente Zapatero, cuando dijo “traedme el Estatuto que queráis y yo lo aceptaré”. De aquellos polvos, todos estos lodos.
Valle Inclán no lo hubiera hecho mejor. El Parlament vota una declaración de independencia que luego no se atreve a respaldar, pero que era una declaración de guerra. El president de la Generalitat se fuga, al igual que otros consejeros y deja tirados a muchos de los suyos. El máximo representante del Estado en Cataluña desafía y se burla de la Constitución y del Gobierno. Tras un juicio modélico y una sentencia “blanda”, quien ha sido una de las máximas autoridades catalanas, actualmente en prisión por violar las leyes e incitar a un golpe de Estado que sabía que era imposible, califica la decisión judicial de “venganza”, incluso antes de haberla leído. El presidente de la Generalitat invita a los ciudadanos a la desobediencia civil y anima a los violentos a tomar la calle. Como él mismo es el jefe de los mossos, manda a éstos a que impidan la violencia en la calle y carguen contra los que se manifiestan por encargo suyo. Y los sediciosos convocan ruedas de prensa a las que no asiste nadie y reuniones “diplomáticas” que no tienen interlocutores. La violencia se extiende en las calles de Cataluña, mientras todos los ciudadanos y miles de turistas sufren las consecuencias. Como campaña de imagen para la política internacional, para que el turismo elija Cataluña y para que las empresas que huyeron vuelvan allí, no parece que sea la mejor.
Pero hay más. Los CDR, comités de defensa de una república inexistente, son una creación desde dentro. El Tsunami Democratic que ha movido los hilos de los últimos disturbios parece haber nacido también en los aledaños de la Generalitat. No es algo surgido del descontento popular sino coordinado y con objetivos concretos. Pero, ¿quién controla a los incontrolados? Una vez que se prende fuego, éste crece saltándose todas las barreras, sin freno posible. Quienes han incitado a la violencia acabarán siendo víctimas de los violentos, sin control posible. El daño causado a Cataluña por los independentistas saltándose las leyes y las reglas democráticas y ni siquiera acatando las decisiones de los tribunales es inmenso. La fractura social creada por quienes han querido dividir en dos a los catalanes y hacer dos clases, los buenos y los malos, es muy profunda. Los pirómanos que han encendido la mecha, no van a ser aceptados como bomberos cuando el fuego amenace con quemarlo todo. Y, desde luego, no es la mejor base para un diálogo que tiene que abrirse en el futuro cercano.

¿Quién controla a los incontrolados?

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