¡A LO QUE DIOS NOS LLEGÓ!

Si no lo leo, no lo creo: sesión de control en el Parlamento gallego. Surgen follones a tutiplén, nada anormal, por otra parte. De pronto, se levanta Yolanda Díaz, viceportavoz de AGE, y le suelta a Feijóo: “¿Sabe cuál es la diferencia entre usted y yo? Que yo no tengo amigos narcotraficantes”. Y se quedó tan fresca. Feijóo, en buena lógica, no encajó el golpe y se refirió a la citada señora como “calaña política”, mientras esta se revolvía y decía que ella no era “calaña”. Para aderezar más y mejor el asunto, diputados del grupo de Yolanda llamaban a Feijóo “narcopresidente”.
Todo muy edificante, muy de ejemplo a seguir por nuestras juventudes. En tiempos de la República se enzarzaban en disputas dialécticas los representantes en las Cortes, pero nunca se llegó a extremos vergonzosos como llamarse “calaña” o “narcotraficante”. Se han perdido las formas, se ha perdido la dignidad, el sentido del respeto hacia el contrincante y hasta se ha perdido la vergüenza.
Y yo me pregunto: acabada la sesión, ¿con qué cara se saludarán en los pasillos Feijóo y Yolanda? ¿Y si se cruzan por la calle del Franco? Si seguimos así, por esta horrorosa trayectoria en estrados, será mejor ceder los puestos en los escaños a arrabaleros de tres al cuarto. Lo harán mejor y con más respeto mutuo.
Y es que Santiago atraviesa por un periodo de vergüenza ajena. Los periodistas santiagueses lo han dicho en letras de molde: “De esperpento a esperpento y tiro porque me toca”. Muchos periódicos de nuestra piel de toro reflejan  el caótico estado de cosas que acontece en la política santiaguesa que se refleja en toda la política gallega.
En el hemiciclo de O Hórreo vuelan los cuchillos de un lado al otro de la sala. Y el insulto de más modesto calibre es, por ejemplo, el de “sinvergüenza”. Aquello es un Patio de Monipodio. Y cabe la estrofa del clásico: “Perpetuos se venden oficios, gobiernos, / que es dar a la Villa ladrones eternos”.
Pero si les cuento un día el pandemoniun del Ayuntamiento de La Coruña, ustedes alucinan.

¡A LO QUE DIOS NOS LLEGÓ!

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