Bomba artesana en la basílica del Pilar, artefacto casero en la casa consistorial de Beade, quema de banderas, silbidos y afrentas al himno nacional. Erostratismo radical de los unos contra los otros y viceversa, sustituyendo el incendio de Diana de Éfeso por el asesinato del hermano consanguíneo. Altercados constantes. Huelgas. Trifulcas reventando actos académicos o institucionales. Victoria sin alas de la mayoría pepera conquistada en las urnas. Barricada para cerrar la calle y abrir el camino de una izquierda que ha perdido hace mucho tiempo su superioridad moral ante los hechos tozudos de sus corrupciones a todos los niveles: económico, financiero, educativo, sanitario, sindical.
Item más, pactos secesionistas o borrón y cuenta nueva con terroristas que nos sumieron en dolor y sangre inocentes. O comparecencias ideológicas parlamentarias de quienes “defienden” desatinos el aborto “sagrado” –contradicción materialista marxista– de tres mujeres seguidoras de Femen en el Congreso. Semejante panorama me sume en perplejidad e inquietud. Como si dispusiera de una moviola para detener la imagen y buscar el tiempo perdido. Una frustrante premonición del mañana en el ayer más escondido. Tal la fotografía reveladora (“ABC Cultural”, 9-10-2013) de tres combatientes aguantando a un compañero que con una bayoneta arranca el rótulo “Calle del 14 de abril” (¿pelotón de soldados salvando la civilización?).
Seguimos en lucha incivil. La paz empieza nunca, aunque los cipreses crean en Dios. Títulos que llenan bibliotecas y cinematografía. Tres días de julio, las últimas banderas, por qué perdimos la guerra o la muerte de un campesino español. Sin olvidar preguntarse ¿por quién doblan las campanas?, la ventana daba al río, la fiel infantería, Madrid de corte a checa. Echar tristeza al vino y amargura a la guitarra y suspirar por Carmela y su fonda en el frente de Gandesa...