Inglaterra

Inglaterra inventa la realidad a su medida. Ellos nos han convencido de que no puede el mundo vivir sin su Ivahoe, Peter Pan, Sherlock o sus Shakespeare, Orwell, Conan Doyle, Carroll, etc. Pasaron como inventores del rock, de la psicodelia y del punk, aunque nacieran en las otras orillas. Ahora reinventan Europa haciéndonos creer que están con nosotros, pero también con su Commonwealth. Están pero no están, aparecen y desaparecen como el monstruo del lago Ness. 
Desde su mentalidad isleña, rectifican culturalmente a los americanos, sus hermanos toscos, con su inglés de chicle y comilón. “Todos revoloteando en su mundo más real que el mundo”, como dice Marta Fernández en su artículo “El reino de todos”. Donde van nos convencen de que el mundo es una isla, un mundo de magia donde todo es posible, y su inglés es el inglés y el resto del mundo sus playas. Esto es una virtud, inventar personajes que pueblan nuestro mundo, nuestra imaginación, nuestro imaginario colectivo. Son a la vez país y paraíso fiscal, la City. 
Convirtieron su río en un mar a fuerza de nombrarlo Támesis y sacarlo en las películas bajo la niebla donde flotaban cadáveres de mujeres bonitas. Inventaron el asesinato y sus detectives, para vendernos las dos cosas. Han creado un mundo de criaturas bajo la niebla, bajo la tierra, bajo las aguas. Si América es el imperio militar, Inglaterra lo es cultural. Reinventaron el blues; el único que se les escapó fue John Mayall, que todos creíamos que era americano, pero también era inglés. Inglaterra se desubica y nos desconcierta para mirarse a sí misma, como isla que es. 
Cuando se cansaron, del continente inventaron su religión y su papa para no tener que dar explicaciones a nadie, porque de eso se trata, de dar las menos explicaciones posibles a un continente al que miran por encima del hombro. Horatio Walpole, IV conde de Oxford, despreciaba tanto París que llegó a describirlo como un amontonamiento de “casas sucias, calles feas, tiendas aún peores e iglesias llenas de cuadros malos”. 
Quizás ellos mismos hallan inventado la flema inglesa solo para desconcertarnos. Altivos, todavía se preguntan a qué huele el continente.

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