De lo que Otero Lastres vio en los despachos a lo que finalmente escribe hay una delgada y estrecha línea. El lector deberá cruzarla para situarse en medio de la guerra de las farmacéuticas y vivir de paso un capítulo de corrupción con toga. Solo así acabará con doña Pepita Parga en un pueblo con mar y traca final. Como todos los pueblos.
Todo comienza por culpa de una patente farmacéutica.
En el fondo, hay algo de real pero está suficientemente disimulado para que no se localice el conflicto judicial. Se trata de una experiencia que viví a finales de los ochenta y que se junta a la segunda parte de paraísos fiscales, algo completamente distinto pero que también viví en primera persona. Son residuos de realidades deformadas por la ficción.
Todo un laberinto que se retuerce entre despachos. Hábleme un poco del meollo de la historia.
El primer caso está protagonizado por un joven abogado que está preparando un recurso ante el Tribunal Supremo y recibe la llamada de un perito corrupto dispuesto a descubrir toda la trama si le dan cierta cantidad de dinero. El profesional sigue adelante con los temas judiciales y ve cómo se va cumpliendo todo lo que le había dicho el perito. Al final pierde el caso, pero esto da pie a otra nueva trama en la que está involucrado un exagente del CSID. El hombre que ya está inactivo se viene a vivir a Mera. Allí interviene el hijo de una mujer de esta localidad, Pepita Parga, que vivió en Nueva York y de la que dicen fue novia de Al Capone. Él le ayuda a resolver el caso.
No es el primero que sitúa su novela en Mera. El fiscal Luis Anguita también se recrea en la localidad costera.
Sí, lo sé, pero son cosas muy distintas. En mi novela existen personajes reales de Mera que conocieron a Pepita Parga y otros inventados como la condesa de Maianca, la madre del joven abogado.
Es todo un engranaje de nombres y acontecimientos.
Lo bueno de escribir es que puedes crear las personas que te da la gana siempre que cuentes una historia coherente, que sea creíble para los que la lean. En el caso de la mía, muchos dicen que engancha y que no la puedes dejar. Después está el final, que no lo esperas. Nadie se lo imagina. Todos coinciden en destacar el ritmo que tiene porque se plantea un problema que se va solucionando.
Y de fondo, la corrupción, que se lleva todo por delante.
Lo que quiero hacer notar es que la corrupción está en las personas y no en las profesiones. Quiero decir que con que destape un caso de corrupción en la justicia, no significa que no haya que creer en ella, porque igual que en otros ámbitos, hay personas que se pueden volver corruptas de la misma forma que un fontanero te cobra más horas de las que realmente pasa en tu casa. Es como los médicos que mandan hacer pruebas innecesarias a sus pacientes con otros médicos para que sus amigos ganen dinero.
El tema apenas se toca en la literatura.
He inaugurado una ficción, un thriller legal sobre el mundo de la justicia a lo John Grisham, del que se llevaron historias a la gran pantalla como El informe pelícano. El Campo del Bucéfalo es la primera novela española que trata de corrupción judicial.
¿Qué pinta el Real Madrid en todo esto?
Nada. Como no vivo de la literatura ni podía vivir, quise ceder lo que saque de la primera edición del libro a la Fundación Real Madrid, que hace una labor importante organizando campeonatos en las cárceles, ayudando a chicos con trastornos alimenticios como la anorexia y la bulimia y llevando camisetas a los niños del Tercer Mundo. La entidad sigue los valores del Real Madrid que no son otros que la lucha y la solidaridad.
Resulta curioso escuchar a Pardeza decir cómo la novela es una búsqueda de la verdad.
Pues Pardeza está muy vinculado con la cultura porque es filólogo; en concreto, es el mayor especialista que existe en España sobre la obra de César González Ruano.
¿Es por eso que los futbolistas tienen algo más que decir que el fútbol es así?
Y cada vez más. Iker Casillas también dijo cosas muy sensatas junto a Florentino Pérez, que me apoyó con su presencia.
Todavía no ha explicado el tipo de patente que genera la discordia.
La patente es sobre un antiviral de la que una compañía asegura ser suya y acusa a otra competidora de copiarle. La realidad es que no se la copió pero el fallo dice que sí .
Una oportunidad para adentrarse de paso en los intestinos de la justicia.
Sí, además también hago una descripción interesante de lo que es una montería, una gran finca de caza propiedad de uno de los dueños de la compañía farmacéutica. Hay mucha gente que nunca ha visto una y se ha enterado en mi libro de cómo son.