Una espátula que sabe a mar y es calima

Una espátula que sabe a mar y es calima
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Clemente Gerez no necesitaba blocs de folios en blanco. De pequeño, prefería dibujar formas sobre la arena. Esculturas que las olas borraban. Y que le hacían sentir que no podía haber mejor lugar que allí. Sentado sobre la orilla. El artista andaluz no se ha cansado de mirarlo y es hoy el día que sube a la ciudad y pide que lo lleven a verlo. De lo contrario, sería como no estar en A Coruña. De paso, deja una colección de estampas salpicadas por el mar, que es otro mar con menos corrientes.
Sin embargo, para él es el mismo, porque es igual de bello y bravo que el que bate en el norte. Lo que se puede ver en la sala de exposiciones Botica Arte, en la avenida del Puente de A Pasaxe, son composiciones que Gerez pintó del natural, con ese estilo que hace que cada cuadro parezca envuelto en calima. Se trata de la espátula. Con ella, el creador ha encontrado el toque que lo diferencia del resto de su raza: “Es por eso que expongo en Nueva York, China y en Tokio”. En esta última ciudad, compartiendo espacio con obras del mismo Renoir. Gerez explica que al contrario que el procedimiento normal, en el que se va poniendo materia hasta que se llega a un grueso, Clemente va quitando hasta que consigue que el lienzo forme parte de la obra: “Así creo la niebla, el rumor”.
En el proceso, el pintor adelgaza más de un kilo por cuadro. Dice que cuando está poniéndole atmósfera se olvida de que vive. Tiene que hacerlo todo con la pintura húmeda. De ahí que no valgan los contratiempos ni las paradas de avituallamiento. Es su mujer la que le acerca un plato al estudio. Que se queda frío y a un lado. Clemente solo para cuando lo tiene. Y coge las maletas para presentar su obra en otro punto.
Aunque el calendario le llevaba a otros destinos, el pintor quiso cambiar de rumbo y plantarse en A Coruña, una ciudad que siempre visita con prisa pero a la que tiene pensado volver. Para llevarla en lienzo: “A Galicia no hay que quererla. Hay que amarla”. En “Oleaje”, las mujeres miran de espaldas al océano.  Pocas lo hacen de frente y el misterio se hace más intenso con esas figuras que caminan entre el espesor de la niebla. A Clemente no le importó hacer 1.200 kilómetros de carretera para venir a presentar a sus criaturas.
Así es que tras depositar las maletas y tomar la cena, Clemente se acordó de la Torre. Y quiso verla. La contempló desde el otro lado de la bahía sobre un mar “que parecía que me estaba gastando una broma”. El mismo que a veces se pone muy borde, dice, le volvió a soplar al oído que tenía una deuda pendiente con él: “Quiero pintarlo porque a medida que lo voy conociendo, me va embrujando. Con sus rocas y acantilados”. Gerez reconoce que en él hay mucho trabajo de espátula y mucha música. La que le traslada a otra Galicia de montañas y valles. No puede haber otra para acompañar el momento. Cuando su espátula se torne atlántica y le ponga un tejado al océano. n

Una espátula que sabe a mar y es calima

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