El Jazz Filloa celebra cuatro décadas de pasión por la música

El Jazz Filloa celebra cuatro décadas de pasión por la música
Uno de los propietarios del Jazz Filloa, Alberto Mella, en el local | Quintana

Un día como hoy, hace 40 años, nacía una de las salas más icónicas y longevas de la ciudad, el Jazz Filloa. Sus propietarios, Alberto Mella y Antonio Rodríguez, quisieron aprovechar un momento en el que no se prodigaban mucho los locales como este para dar el salto a un mundo en el que ya estaban inmersos, el de la música, Mella como camarero de espacios como el Patacón, y Rodríguez como miembro de la banda Filloa Express.

Fue precisamente esa formación, tal y como explica Mella, la que sirvió de inspiración para nombrar la sala, que se situó en uno de los sótanos de la rúa Cega herculina, hogar de otro icono musical de la ciudad como Discos Portobello.

Lo que tenían muy claro en aquellos incipientes años 80 era que lo suyo iba  a ser el jazz, pese a que en la época no era un género muy seguido.

Mella relata que los inicios fueron buenos porque en la zona del Orzán “fuimos el segundo bar”, ya que en aquel momento solo el Patacón habitaba ese entorno. El abrir también como cafetería “todos los días” hizo que el transcurso de la década fuese bueno. “Los primeros diez años no hubo queja, luego ya empezaron las crisis esporádicas”, señala. Pero ninguna de ellas azotó como la actual, ya que el Filloa nunca estuvo tanto tiempo cerrado como durante este tiempo de pandemia, “este bar solo cerraba en Nochebuena y en Nochevieja”, recuerda Mella.

Historia

En aquel momento se decidieron a abrir sin mayores pretensiones que la de ofrecer actuaciones de grupos locales y gallegos, sin miras al largo plazo.

Pero, 40 años después, son un referente en el mundo del jazz y un pedazo de la historia musical de la ciudad. Entre las paredes del Jazz Filloa se gestaron formaciones musicales, algunas como Clunia tienen un hueco especial en los recuerdos de la sala, tal y como relata Mella.

El Filloa ha sido testigo de esa historia musical y de como ha ido evolucionando la ciudad. Se pasó de que no “hubiera nada” a que existan salas con solera, aunque sigan siendo pocas, como lo Garufa o Mardi Gras, ambas con más de 20 años.

El local también alberga piezas históricas casi únicas, como uno de los pocos saxos de plástico como los que Charlie Parker tocó en Toronto.

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