El poder terapéutico de los tacos: insulta con criterio

El poder terapéutico de los tacos: insulta con criterio
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Los insultos tienen un valor casi terapéutico en algunos momentos, pero el lenguaje soez debe ser gestionado con criterio en una época en la que lo políticamente correcto y las redes sociales han cambiado los usos ofensivos y de los baldragas del Siglo de Oro hemos pasado a “WTF” (What the Fuck). “El exabrupto es necesario. Por tanto, si no existieran las palabrotas habría que inventarlas lo antes posible”, sostiene el escritor Sergio Parra que, por eso, ha querido enriquecer nuestro léxico soez y conseguir que insultemos con criterio con el libro “¡Mecagüen!”, de la editorial Vox. 

“No hago apología de lenguaje soez, pero es un recurso más del que no debemos prescindir, aunque tampoco abusar”, sostiene el escritor en una entrevista con Efe, en la que explica que es como un cuchillo: “Se puede usar para el mal y matar con él o se puede utilizar para untar mantequilla”.

En este libro habla de los insultos desde un punto de vista multidisciplinar no solo etimológico, gramatical o histórico sino que los analiza sociológicamente y estudia su influencia en el cuerpo humano, tanto a nivel psicológico como hormonal. Y es que los tacos e insultos residen en una parte del cerebro donde se “guardan” los tabúes y en el que no están el resto de las palabras, de tal forma que tras algunas lesiones cerebrales hay personas que han olvidado todo el lenguaje... A excepción de las palabrotas. 

Los niveles de cortisol (la hormona del estrés) también varían en las personas que son insultadas dependiendo de su diferente cultura, ya que en los países donde importa más el “qué dirán”, el sujeto es más susceptible de sufrir cuando se meten con él que los que viven en entornos en los que “pasan más” de lo que piense el resto. Entre sus preferidos están los del Siglo de Oro: “baldragas” (flojo, sin energía); “cagalindes” (cobarde); tragavirotes” (estirado); “zurcefrenillos” (insensato) o “verriondo” (excitado sexualmente). 

¿Y cuándo nació el lenguaje obsceno? No hay mejor prueba de su antigüedad que los “grafitis” que se encontraron en las paredes de una ciudad detenida por el tiempo: Pompeya, explica el escritor. Algunas inscripciones tan parecidas a las de hoy como la encontrada en una letrina pública de la ciudad del Vesubio: “Encolpius hic bene cacavit” (“Encolpio cagó bien aquí”).

Las palabras tabúes por excelencia proceden, recuerda Parra, de la religión y el sexo. Y en la blasfemia  “hostia” ha sido la más versátil, un camaleón lingüístico: como exclamación frente a algo extraordinario, para enfatizar una queja, para hablar de un golpe, o de velocidad, de simpatía o asombro, entre otras. Y en lo que se refiere al sexo, la palabra “polla” es la que más sinónimos tiene, que el autor recopila en dos páginas.

El poder terapéutico de los tacos: insulta con criterio

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