Un símbolo de la ciudad con rango de delicatessen

Un símbolo de la ciudad  con rango de delicatessen
la cascarilla llega a la ciudad importada de brasil pedro puig

Hasta los peores momentos pueden convertirse en los mejores con el discurrir del tiempo. A veces basta con un simple nexo de unión para rememorar el pasado pero con alegría. La cascarilla, esa especie de té preparado con las pieles del cacao que da nombre a los coruñeses allá por la zona de Ferrol, es uno de esos recuperadores de la memoria que no hay profesional que lo mejore.
Son pocos los establecimientos que la venden, pero en A Coruña quedan algunos con solera que sí disponen de este curioso producto en su escaparate.
“En la posguerra se tomaba por necesidad”. Lo cuenta uno de los copropietarios del negocio Casa Cuenca, Javier Mosquera, que ahora lo ofrece como otro producto más, pero delicatessen. Mosquera recuerda que “venían los barcos de las colonias de Guinea y otras zonas con cacao al puerto de A Coruña y en los tiempos del hambre la gente recogía la cascarilla porque no podía pagar el café”.
Incluso había algunos establecimientos de hostelería que ofrecían a los parroquianos la insólita infusión –alguna cafetería la sacaba a “dos patacones” la taza en el entorno de San Nicolás– que, sin embargo, ha pasado al recuerdo de muchos como una experiencia única. Poco importa que su degustación estuviese relacionada con los tiempos del hambre y que fuera una especie de caldo limpio sin mucha gracia, porque ha pasado a la posteridad haciendo sonreír a los coruñeses que recuerdan cuando la tomaban. Quién más y quien menos la probaba en casa de la abuela, entre juego y juego en la casa de la tía o en el hogar, como también le ocurría a Mosquera.

aprecio que mueve dinero
Ese aprecio por los recuerdos bañados en té de cascarilla se agradece. Porque es lo que ahora mueve su mercado. “Tiene venta porque es una forma de volver al pasado”, cuenta el responsable de Casa Cuenca, y es el reclamo que utiliza desde el escaparate en Marqués de Pontejos.  
Es lo único que la mantiene ligada a la historia actual de los coruñeses porque de recogerse en el puerto en la posguerra ha pasado a venderse con el prohibitivo precio de 16 euros el kilo.  “Ahora es un capricho porque el café es más barato, prácticamente no la hay y se importa casi toda de Brasil por lo que se encarece en los traslados”, aclara. Aún así siempre tendrá su público.

Un símbolo de la ciudad con rango de delicatessen

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