La caracola

En mis deambulaciones por el Paseo Marítimo del brazo de Lope de Vega-ahora que el Ejecutivo se ha tomado muy en serio potenciar el español, idioma que hablamos seiscientos millones de ciudadanos-he encontrado una caracola atlántica, grande, misteriosa. Un rostro de nácar iluminado por el azul de sus infinitos ojos azules. Si la pongo al oído escucho el fragor de todas las olas del mundo mundial. 
Es hermosa como una verdad sin mentira. Femenina como un tierno amanecer infantil sin sobresaltos. Suave como una rapsodia marina. Voy a Lope de Vega y vengo de Lope de Vega. Una lealtad que hoy hace mutis por el foro porque muy pocos recuerdan el oráculo de Delfos y la obligación de conocerse a sí mismo. Vivimos una época que rivaliza por entregarnos cada jornada un descubrimiento hacia el estado de bienestar y, por contra, un ángel exterminador parece que llama puntual a la puerta sembrando odio.
Escucho lo que me dice la caracola desde la coraza mientras miro la línea quebrada del horizonte que baja el cielo a nivel de las aguas. Y su mensaje es cruel y deprimente. Tres menores en Bilbao asesinan brutalmente a un matrimonio de ancianos por robarles dos euros. La lacra de la violencia machista es un suma  y sigue diario a quien nada pone coto. La corrupción ha adquirido carta de naturaleza sean tirios o troyanos quienes nos representan… Una sociedad con estos ejemplos parece enferma de cáncer terminal. O al menos, aplicando la atenuante menos mala, atraviesa una pesadilla delirante que no terminará al despertarse. Yo, sin embargo, voy con mis pensamientos: “No puede durar el mundo,/ porque dicen, y lo creo, / que suena a vidrio quebrado/ y que ha de romperse presto”.
Si la verdad de nuestro genial dramaturgo se ha ido al cielo y no ha vuelto, guardamos en el bolsillo las herramientas idiomáticas de hispanoparlantes y sus amaneceres...

La caracola

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