“Lo que interesa a los españoles es”, nos dicen

Nuestros políticos, lanzados en campaña electoral (siempre lo están), insisten en que ellos abordarán en sus programas “las cuestiones que interesan a los españoles”, y no otras, que son esas cosas absurdas que cada líder atribuye como prioridad del adversario y, a veces, rival: que si Franco, que si... Y ¿cuáles son esas cosas que, de verdad-de verdad, interesan a los españoles? Está claro: la educación, la sanidad, el empleo, las pensiones... Ya sabe usted. Claro que todo eso nos interesa, pero ¿es lo que más nos debería interesar? Con su permiso, me atrevo a discrepar.

Asisto a un desayuno multitudinario con Albert Rivera y le escucho precisamente eso: “vamos a hablar de los problemas reales de los españoles” y, añade algo así que como que vamos a hablar menos de Torra y de Puigdemont. Ojalá, señor Rivera, fuese eso posible: ocurre que los dos citados, y otros muchos a los que me encantaría no tener que mencionar constantemente, son los que provocan los problemas. Que no son virtuales, sino muy reales. ¿O no es un conflicto mayúsculo que quieran dar un golpe de Estado, la desobediencia permanente, la perpetua voluntad de confrontación con la legalidad y ese largo etcétera que usted y yo sabemos?

Para mí, aunque las encuestas no lo detecten como la principal pesadilla de los ciudadanos, esta es la principal angustia que ahora tenemos: la definición del propio Estado, amenazada por conflictos territoriales y por una voluntad de formaciones (que tienen una bastante nutrida representación parlamentaria) por situarse al borde del sistema, incluyendo la voluntad de deterioro de la Corona.

Mientras, en base a una consolidación de la voluntad unitaria de las fuerzas constitucionalistas, no definamos un marco de actuación que ofrezca a la ciudadanía solidez y credibilidad en sus representantes, será absurdo y hasta algo demagógico anteponer trabajo, educación, sanidad, pensiones u otras necesidades más puntuales –muy importantes todas, pero...– como marco fundamental de la acción política.

Que no digo yo que Rivera, y los demás, no anden proponiendo estos días llegar a un pacto, a un frente de trabajo común para solucionar las grandes cuestiones que tenemos planteadas. Pero lo hacen con la boca muy pequeña, insistiendo mas en la descalificación del otro –Rivera pidió a Pedro Sánchez y a Pablo Casado “que dejen de mentir”– que en las líneas de posible acción común para librar a España de quienes quieren, de una manera u otra, desmembrarla y debilitarla. Y ya he dicho muchas veces que, a mi juicio, no será imponiendo la aplicación del mal redactado artículo 155 de la Constitución como ese deseable pacto será posible. No: ese debilitamiento solo se logrará en las urnas, es decir, convenciendo a los electores de las bondades de lo que se ofrece.

Agitar, como banderas al viento, ofertas de creación de miles de puestos de trabajo, de reformas educativas, de mejoras sanitarias, sin haber solucionado primero un encaje a la financiación de las autonomías, de inevitables y ya urgentes reformas constitucionales y de la normativa electoral, una modernización de las estructuras de las administraciones, una profundización en la democracia española, me parece trazar una raya en el agua. Pienso que ese deseable pacto de Estado que ahora –ahora– abraza Rivera y que otros sugieren débilmente, es lo prioritario, lo que verdaderamente contribuirá a regenerar el país tras estas elecciones del 10-N, que deberían contemplarse como decisivas. Y no como una batalla por ocupar el poder.

El gran problema es que ese pacto todos lo quieren –o dicen desearlo, con diferente grado de intensidad, según lo que les vaticinen las encuestas–, pero casi nadie lo ve realizable. Y luego se quejan de la desafección de la ciudadanía. Recordemos, porque viene muy a cuento, aquella frase de Mandela: “siempre es imposible, hasta que se hace”. Yo votaré por eso, pero ¿quién de veras lo proclama? 

“Lo que interesa a los españoles es”, nos dicen

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