Esperando a Rajoy

vivimos tiempos de cambio. Lo que se dice en público es revocado por los temores de lo que se expresa en privado. A raíz del panorama que proyectan los sondeos de intención de voto raro es el dirigente político del PP que no baja la voz cuando es preguntado por las razones del solipsismo de Mariano Rajoy. Tal parece, en efecto, como si solo él existiera en el partido que gobierna España. Pese a los escándalos políticos de diverso calado que cercan a su partido, nada parece afectarle.
Ni la sentencia, inminente, del caso Gürtel; ni la caída de Cristina Cifuentes, reina del tablero de ajedrez en quien el PP había depositado sus esperanzas para retener el Gobierno en la Comunidad de Madrid, piedra angular del poder territorial en el mapa autonómico español; ni el incomprensible episodio de cacofonía institucional en el que se instaló el ministro de Justicia, Rafael Catalá, al deslizar una insidia sin concretar acerca del “problema singular” que, según su decir, afecta al juez Ricardo González, autor del voto particular en la sentencia del caso de La Manada.
Catalá, que ya cargaba con la pesada albarda de la reprobación de la oposición parlamentaria, añade ahora una exigencia de dimisión firmada por las cuatro asociaciones de jueces y las tres de fiscales. Un récord difícil de igualar acerca del que nadie habrá conseguido escuchar ni una palabra en boca del presidente del Gobierno.
Rajoy es así y a estas alturas de su carrera política debe pensar que dar explicaciones es complicarse uno mismo la vida sin ninguna necesidad. Para qué, si, total, en política diga uno lo que diga nunca será del gusto de todos y siempre habrá uno de guardia para la crítica. Mejor hacer cómo que no se mete en política dejando que se quemen quienes le rodean. Ejemplo hemos tenido de ese ya clásico distanciamiento el pasado miércoles con ocasión de los actos oficiales del Dos de Mayo en Madrid. Mientras él ponía tierras castellanas de por medio viajando hasta Burgos, a la recepción oficial envió a sus dos más enfrentadas ministras, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, titular de Defensa y secretaria general del PP.
Ambas pasan por estar bien colocadas en la carrera sucesoria de lo que algún día puede ser el proceso de relevo en la cúpula del partido. Ambas fueron el centro de los focos de la televisión y de los comentarios en voz baja al respecto del marrón que suponía asistir a un acto tras haber sido invitadas por una Cristina Cifuentes ausente por forzada y vergonzante dimisión pero apenas sí se saludaron. Mientras tanto, desde la distancia, con la ataraxia en la que vive instalado, el presidente del Gobierno hablaba de que “hay cosas que son bonitas y otras de las que no me acuerdo ni quiero acordarme”. Rajoy en estado puro. Que se armen de paciencia quienes esperan a que decida qué quiere hacer en Madrid.

Esperando a Rajoy

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