La vida que nos queda

los arenales que recorren el país de norte a sur y de este a oeste, se exhiben atestados de gente ávida por sentir una libertad que la peste que nos ha invadido y que todavía nos ronda, nos ha arrebatado y nos sigue limitando a unos más que a otros.

Hace un par de días, una playa de Marbella fue testigo de cómo una bañista exhausta trataba sin éxito de luchar contra un mar embravecido que se empeñaba en engullirla. Fueron muchos los compatriotas que se arremolinaron en la orilla para observar con sus corazones encogidos el desenlace de dicha actuación, pero solamente fue un senegalés el que decidió compartir suerte con la desconocida bañista arrojándose al mar en un exitoso intento por salvarla.

No es la primera vez que algún integrante de este país africano decide jugarse la vida para ayudar a salvar la de alguno de los nuestros… ¿el por qué? Yo tengo la humilde teoría de que aquellos cuya única pertenencia es su propia existencia, saben bien lo que esta vale. Si unimos esto al hecho de que, con toda probabilidad, ellos también fueron ayudados por alguien en el momento en que decidieron abandonar en patera su país de origen en la búsqueda de un futuro mejor; tenemos las condiciones propicias para dar sin esperar o simplemente para devolver a la vida algo de lo que-tristemente-sienten que esta les regaló.

Pocos de nosotros podemos, queremos o sabemos actuar de ese valiente modo. Si acaso un puñado... El resto suelen refugiarse en excusas disfrazadas de una responsabilidad mal entendida, que les sirven para acallar sus acomodadas conciencias.  Las personas son así. Los seres humanos con todas las letras son diferentes, tengan el color de piel que tengan o profesen la religión que profesen.

Vivimos en un mundo enfermo y marchito, plagado de gente que lucha por que se recupere cuanto antes y por algunos individuos que consideran que toda la ruina que la peste nos ha acarreado, no es más que una especie de película de ciencia ficción que a algunos les ha tocado vivir en primera línea de fuego.

La tierra se ha vuelto incierta, pospuesta, encogida y entristecida. El nuevo mundo nos obliga a vivir  escondidos en nuestras propias burbujas y a matar los abrazos, el contacto y hasta los besos. La enfermedad nos incita a mirar a los demás como posibles portadores y, a su vez, estos nos miran a nosotros de igual modo. El hombre es el enemigo del hombre y, a la vez, el único amigo que este tiene.

Roguemos porque este mundo oscuro y egoísta que- por las circunstancias que vivimos tiende a serlo necesariamente aún más-, nos regale abundantes ejemplos de instantes de superación personal y de lucha, que no dejan de recordarnos que la vida es el mayor bien que todos tenemos y que es tan necesario cuidarla como proteger la de los demás y ayudar-de la forma que sea- a todo aquel que nos necesite. Este joven de Senegal que tuvo a bien elegir a España como tierra prometida, acaba de darnos la maravillosa lección de que nada vale nada si no hay vida. Así que tratemos de aprovechar la que a cada cual nos quede en hacer cosas buenas más allá de nuestras propias narices y en convertir en una suerte la de aquellos que se topen con nosotros.

La vida que nos queda

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